Saliendo de Japón con suspense

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El avión de China Eastern hacia Shanghai salió con retraso y aunque se acercaba un tifón, dudo que esa fuera la causa, pues el nuestro era el único avión retrasado. No obstante, ni esto, ni los bandazos debidos al viento que había dado el autobús cruzando el puente que une la isla artificial donde está el aeropuerto con Honshu, fueron las preocupaciones más graves de la partida. Había olvidado mi tarjeta de residente extranjero en casa, y no sabía si podría salir del país sin ella…

El día de la partida necesitaba una fotocopia de la tarjeta y se la di a Amaya para que me la hiciera de camino a la oficina. Ella  la guardó en su monedero y al volver se olvidó de devolvérmela. Eso no habría sido tan grave si ella no tuviera la costumbre de dejar la voluminosa cartera en casa y viajar solo con lo imprescindible, pasaporte y tarjetas de crédito, con lo que al llegar al aeropuerto mi zairyūkādo estaba guardadita en un monedero dentro de un bolso metido en un armario de casa…

Afortunadamente hubo solución. Pero pagando. Hasta antes de la implantación de la zairyūkādo, las personas con visado para vivir en Japón tenían que pagar un permiso de re-entrada si querían salir del país sin perderlo, que con la nueva tarjeta de residente extranjero ha quedado integrado en la misma. Sin embargo, y por suerte para mí, aún hay personas en Japón que tienen la tarjeta antigua, que no equivale al permiso de re-entrada, con lo que el sistema de pago todavía está vigente. De este modo, tuve que pagar un permiso de re-entrada para poder salir con la posibilidad de volver a entrar.

No obstante, esto no fue fácil y nos costó unas cuantas carreras por el aeropuerto, ya que no se puede pagar con dinero, sino que hay que hacerlo con sellos oficiales, que venden solo en las tiendas de conveniencia, y que en la más cercana estaban agotados. Por suerte, una vez conseguidos los sellos y como ya se acercaba la hora de embarcar, una azafata de tierra nos acompañó hasta inmigración, donde un agente muy cordial me atendió sin problemas, de modo que nos ahorramos hasta la cola de control de pasaportes.

Ya en la zona de embarque, cambiamos los yenes a renminbi y nos llevamos la primera sorpresa desagradable, ya que el cambio era un 10% más caro que el interbancario que habíamos mirado por Internet.

Una vez en el avión, el despegue fue mucho más tranquilo de lo esperado teniendo en cuenta el tifón, el menú no estuvo mal del todo, a pesar de ser China Eastern que no destaca por su comida precisamente. Lo sorprendente es que la elección habitual de plato principal, condicionaba todo el contenido de la bandeja. Así Amaya, que pidió pollo, tenía: ensalada de patata, pan, pollo rebozado con arroz y verduras, y de postre, fruta. Por mi parte, que había pedido cerdo, comí: fideos soba, encurtidos japoneses, cerdo a la “okinawense” con berenjenas y arroz blanco, y de postre, dorayaki de puré de castañas. Lo único malo, es que pasaron con el carrito de bebidas unos 15 minutos después de que termináramos de comer…

“Por fin en el hostal, más caro de lo que pensábamos por culpa del cambio. La primera impresión de China ha sido parecida a la que tuve cuando fui a Pequín. En general parecen […] maleducados, a la suya, gritones. Ninguna ayuda hemos recibido en el aeropuerto para conseguir saber dónde se cogía el Midnight Line. Y los de la estación de autobuses, los peores.

Por otro lado, la habitación no está mal, y hay wifi, aunque yo no puedo usar WhatsApp con el iPhone 3 de Amaya, porque el iOS que hay instalado no soporta la actualización.

Bueno, espero que mañana las cosas vayan mejor, aunque para empezar, parece que va a llover”

Diario de viaje, 9 de agosto de 2014

El día siguiente no hizo sol, pero no llovió. Os lo contaré en la próxima entrega, que ya tendrá fotos.

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