Los canales y jardines de Suzhou

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Como el primer día en Shanghai casi habíamos visto todo lo que queríamos y aún nos quedaba un día y medio en la ciudad, buscamos un plan alternativo para el tercer día de viaje. Algo cercano a Shanghai que fuera interesante y encontramos Suzhou, una ciudad a media hora en tren bala o cincuenta minutos en tren normal. Allí nos fuimos.

Comprar los billetes del tren no fue fácil. La razón principal es que como turista no tienes tarjeta de residente ni carnet de identidad chino, un requisito imprescindible para usar las máquinas automáticas de billetes. Por otro lado, ningún empleado de los ferrocarriles chinos en la estación de Shanghai supo decirnos dónde estaban las taquillas para comprar billetes “manualmente”. Cuando por fin la encontramos, no recuerdo quién nos ayudó, en la ventanilla para billetes el mismo día, la única que nos iba bien, había una cola enorme y cuando se fueron abriendo otras se montaron auténticas carreras, como bandadas de pájaros que cambiaran su rumbo de una ventanilla otra. Al final, una hora más tarde de lo previsto, subimos al tren lento rumbo a Suzhou, lo que nos convirtió en los únicos extranjeros de todo el convoy.

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Por otro lado, en la estación vimos las habituales pantallas gigantes de Shanghai, como ya habíamos visto en Nanjing Rd. por ejemplo, y de una de ellas grabé un anuncio de un producto basado en la melatonina protagonizado por un torero bailongo de dibujos animados.



El tren llegó puntual a Suzhou y la ciudad resulto muy interesante aunque, engañados por el mapa, no nos dimos cuenta de lo enorme que es y perdimos mucho tiempo andando grandes distancias. Por ello, no pudimos ver todos los lugares que nos habíamos marcado como objetivo. Quizá Suzhou necesita un día y medio.

Al salir de la estación por la salida norte, en la que está la oficina de información turística, ya tuvimos que dar un rodeo para enfilar hacia la ciudad vieja, cosa que se habría evitado yendo por el pasillo subterráneo hasta la salida sur después de visitar la oficina turística. La salida sur te deja prácticamente a las puertas del puente hacia la ciudad y sus vistas de las murallas son impresionantes. Andando llegamos a la Pagoda del Templo del Norte, de 45 metros de alto y a la que se puede subir, pero nosotros nos conformamos con verla desde abajo, ya que el día era bastante malo para las vistas.

Desde allí fuimos hasta los jardines Zhuōzhèng (trad. jardines del “Administrador humilde”) que están al lado del museo de Suzhou, para el que había una cola inmensa. Sin embargo, la súper cola que había para el museo no nos sorprendió tanto como el precio para entrar a los jardines: 90 yuanes, o sea casi 12 euros; o lo que es lo mismo, un 7% del salario mínimo de Shanghai, como si entrar al Prado o a la Sagrada Familia costase 45 euros. Al parecer, no hacía mucho que la UNESCO había designado los jardines Patrimonio de la Humanidad, y habían doblado el precio por la cara. Por otro lado, en la taquilla me dijeron que tenía descuento de minusválido pero en el control de entradas me dijeron que no.

Sin embargo, la cola de la taquilla era considerable y nos sorprendió la cantidad de turistas chinos que gastaban y gastaban, para los cuales, parecía que 500 yuanes no eran nada. Una constante durante todo el viaje. Los jardines, por su parte, nos parecieron espectaculares, menos mal, y aunque los encontramos muy caros, creo que disfrutamos mucho de su visita. Por mi parte, no tengo lugar favorito, pero Amaya quedó prendada del Pabellón de los 36 pares de patos, por sus impresionantes cristaleras azules.

Al salir de los jardines fuimos a la ciudad vieja de Píngjiāng. Para llegar pasamos por un callejón que pensábamos que pertenecía a ella, ya que era muy bonito, pero solo era la antesala. La ciudad vieja empieza en la esquina de Baita Lu, si vienes del norte, y el paseo es precioso. Después de comer algo de pollo en un tenderete de la calle, la recorrimos disfrutando de las casas antiguas a la izquierda y los canales a la derecha, por los que pasaban barqueros cantando y todo. Las comparaciones son odiosas, pero como no podía ser de otro modo, hay quien llama a Suzhou la “Venecia” de China o cosas parecidas, pero os aseguro que aquí las aguas no huelen mal.

Durante todo el recorrido, la calle está jalonada de puestos de comida y dulces, y nosotros probamos unos bizcochos hechos al vapor. Los encontramos algo secos y sosos. Lo único malo de Píngjiāng es que el tráfico de bicicletas y motos no está prohibido, y si lo está, los pilotos se lo pasan por el forro y cada dos por tres te tienes que apartar a toque de claxon.

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Al final de Píngjiāng giramos por Daru Xiang Lu para encontrar Guanqian Lu y el contraste fue brutal. Se trata de una calle ancha llena de tiendas y establecimientos occidentales, incluyendo Marks & Spencers o McDonlad’s. No obstante, la tomamos igualmente para llegar a la Plaza del Templo del Misterio, aunque no entramos en él. La verdad es que el lugar, quizá por ser domingo, estaba muy animado, con gente mayor y niños jugando a todo tipo de juegos, como una pareja que jugaba a una especie de palas de la playa pero con unas manoplas, ¿panoplas?

De allí callejeamos al azar, pero con la idea de llegar al mercado de las flores y los pájaros, en el que además de los bienes que le dan nombre, se venden: bonsáis, peces, conejos, perros, tortugas e incluso insectos, como arañas y saltamontes.

02b Suzhou 178 Mercat de les flors i els ocells 9

Esa fue la última visita del día pues no queríamos regresar a Shanghai de noche cerrada. Volvimos andando a la estación y pasamos otra vez por delante de la Pagoda del Templo del Norte. El precio de la entrada para subir al mirador es de 25 yuanes, pero la verdad es que creo que las vistas deben de ser discretas porque después de recorrer la ciudad y ver sus callejones, no creo que permitan ver una panorámica de los canales desde lo alto, que sería lo ideal.

“¡Vaya tela con el tren!

La compra del billete y encontrar el andén, aun sin ser fácil, no ha sido nada comparado con el viaje.”

Diario de viaje, 10 de agosto de 2014,
tren Suzhou-Shanghai, 17:34h

Para empezar, sentarse en los asientos asignados es una utopía. Ahí cada cual se sienta donde le da la gana y cuando llega un pasajero que quiere ocupar su asiento, empieza un movimiento de fichas de dominó. Por suerte, nosotros pudimos apañarnos para cambiar el asiento de uno por aquí, el del otro por allá y terminamos juntos y con una mesa para escribir el diario. En segundo lugar, el tren iba a petar, cosa que tampoco es tan sorprendente, aunque había bastante gente de pie. Pero lo mejor fue que cuando llegó el revisor, este no venía a controlar los billetes, sino que llegó con un cesto y se puso a vender estuches de manicura a 20 yuanes, que le quitaban de las manos, si bien casi nadie le pagó más de 10. El señor de enfrente lo compró y lo estrenó allí mismo, cortándose las uñas en directo y echando los restos al suelo… Y después, la segunda parte: el revisor volvió con fundas para los carnets de identidad chino, 2×1 yuan. Otro furor comprador… ¡Hasta yo me compré una de recuerdo!

Para terminar la entrada, solo falta comentar que el tren llegó tarde porque, sin motivo aparente, se quedó detenido en Shanghai Oeste más de 40 minutos.

En la próxima entrada os contaré qué hicimos esa noche y la mañana del día siguiente antes de tomar el avión para Kunming.

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2 thoughts on “Los canales y jardines de Suzhou

  1. M. Ángeles Cortés

    Verdaderamente, parecen preciosos los jardines. Me ha encantado el pabellón de la fragancia lejana, hasta el nombre es bonito. Muy curioso el personal del tren, ja ja, qué cosas!

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    1. abranera Post author

      Yo soy más de torres.
      Lo del tren era increíble, cada vez que venía el revisor (nunca para revisar) era una algarabía.

      Gracias por comentar!

      Reply

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