Alrededor del lago Ěr una de las cosas más destacadas es el mercado itinerante que cada día de la semana está en un pueblecito distinto. Gracias a la Lonely Planet supimos que los lunes se ponía en Shāpíng, uno de los pueblos más al norte y que estaba cerca de Xīzhōu, un pueblo en el que teníamos cierto interés por su arquitectura. Así pues, el segundo día en Dàlǐ como base de operaciones fuimos a ver estos dos pueblos.
Para llegar a Shāpíng nos bastó con acercarnos a la Puerta del Oeste de la vieja ciudad de Dàlǐ, que estaba en obras, y tomar allí alguno de los minibuses que van allá o que van hasta Ěryuán y te dejan a medio camino por 8 yuanes (1€). El trayecto duró unos 40 minutos y fue tranquilo. Desde donde nos dejó el autobús solo había que seguir una calle y llegamos al mercado.
Al legar al mercado la primera impresión era que había llegado a un campamento de gitanos de los años 70 en España, y como entramos por la parte de herramientas y enseres, me pareció un poco decepcionante. Pero después de un rato, cuando llegamos a la zona de comida, esa percepción cambió completamente.
El mercado estaba atestado de mujeres y hombres de la etnia bai con sus típicos cestos a la espalda, que pueden comprarse allí mismo. Sobre los cestos, vimos básicamente de dos tipos, los de mimbre y los de tela, seguramente rafia, con un estampado de cuadros parecido a las sillas de camping de mi niñez. Sobre el contenido, la mayoría de mujeres los llevaban llenos de comida, acabada de comprar o para vender, aunque vimos a una que llevaba a un niño.
En la zona de la comida, los compradores potenciales prueban y palpan sin problemas la mercancia. Yo mismo probé un queso ahumado riquísimo que me ofreció una señora muy simpática. En los puestos de frutos secos cogimos algunos puñaditos de cacahuetes y en los de té cogimos hojas en la palma de la mano para estrujarlas como la otra palma y poder apreciar el aroma.
Al salir por el extremo del mercado opuesto al de los enseres y para no cruzarlo otra vez, tomamos otra calle para ir hacia donde la parada del autobús. La verdad es que fue una suerte porque dimos con un comedor comunitario, un auténtico vestigio de la China comunista de los sesenta y setenta. Allí vimos un wok gigante en el que estaban hirviendo unos grandes trozos de tocino, mesas de comensales separados por géneros y un maestro calígrafo escribiendo en oro sobre papel rojo los nombres de una lista enorme. En el comedor nos insistieron para que comiéramos allí mismo, pero para nosotros era muy pronto.
Al terminar el paseo por Shāpíng “de arriba” salimos sin darnos cuenta a la zona del mercado donde vendían la carne, que aún no habíamos visto. No había mucho que ver excepto unas morcillas de arroz muy parecidas a las de Burgos o los maderos para cortar la carne, que eran secciones de tronco tal cual. Finalmente, salimos definitivamente del mercado cruzando la zona de la bollería, la gran mayoría industrial, y de mercadillo de DVDs piratas. Entre las montañas de DVDs encontré dos versiones de “Viaje al oeste”, una de aspecto clásico y otra de aspecto modernillo-mckeihan.
La visita al pueblo la terminamos callejeando sin rumbo por Shāpíng “de abajo”, y nos perdimos por sus hútòng o lǐlòng (recientemente he descubierto que existe un genérico, que es lòngtáng). En uno de ellos, la familia residente que estaba comiendo nos invitaba a pasar, pero declinamos la oferta.
Hasta aquí nuestra visita al mercado en Shāpíng, en la próxima entrada hablaré de Xīzhōu.
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En España, en Madrid por lo menos, cuando yo era pequeña ( y no tanto) en las carnicerías usaban idénticos troncos de árbol para cortar la carne.