La última mañana en Berlín la empezamos desayunando en el mismo sitio que el día anterior pero en lugar de bollería, nos inclinamos por un par de bocadillos, un bretzel y tres cafés con leche. Total, 8,70€. Luego, de Bülowstraße hasta Hansaplatz fuimos en metro, U2 + U9. Para ello tuvimos que comprar una tarjeta de grupo, pues nuestras “Welcome Card” de 72 horas ya habían expirado.
A Hansaplatz fuimos para ver la Columna de la Victoria o Siegessäule. Al salir del metro tomamos la ancha Altonaerstraße hasta la plaza donde está la columna y de camino mi padre vio un conejo. La estatua del Ángel que hay en Siegessäule no está nada mal, pero el Tiegarten al ser invierno estaba muy deslucido. Por eso, en lugar de cruzarlo andando hasta Postdamer Platz, volvimos atrás hasta Hansaplatz y fuimos en metro.
Allí queríamos visitar la Topographie des Terrors, un pequeño museo sobre las barbaridades que hicieron los nazis entre 1933 y 1945. El memorial está en el solar que habían ocupado los edificios principales de la Gestapo y las SS. De dichos edificios, eso sí, solo quedan cuatro trozos de los subterráneos que se habían acondicionado en su momento para ser usados como refugios antiaéreos. El pabellón en el que está la exposición es bajito y gris y enfrente está, intacto, el antiguo ministerio de aviación.
El contenido del museo es una colección de fotografías y explicaciones que narran el ascenso del partido de Hitler y compañía y las burradas que hicieron en su limpieza étnica. Algunas son espantosas. El recorrido histórico termina con la derrota de Alemania en 1945.
Al salir del centro fuimos a pasear un poco por Postdamer Platz. Concretamente fuimos al Arkaden, un centro comercial normal y corriente, y a ver un edificio diseñado por el arquitecto Isozaki Arata, que resultó poco más que una casa de las mazorcas.
Sin más regresamos al hotel para recoger el equipaje que habíamos dejado en consigna y fuimos al aeropuerto. En Ernst-Reuter Platz me comí un bretzel mientras esperaba el autobús X9 como última actividad berlinesa aunque no estaba tan rico como el del primer día. Este solo era una galleta salada gigante. En el aeropuerto, como el avión iba lleno, Vueling nos ofreció facturar gratis. Sin novedades llegamos a Barcelona.
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