La medina de Fez

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A Fez fuimos desde Madrid con Vueling y el viaje en avión fue muy bien; dormí prácticamente todo el tiempo de los dos vuelos. A llegar a la eropuerto de Fez, un aeropuerto casi de juguete, no hubo ningún problema con el control de pasaportes. Luego, en taxi compartido fuimos hasta la puerta principal de la medina por 150 dirhams entre todos. Una vez allí, tuvimos una buena impresión inicial, con una puerta muy bonita y un par de terrazas, tiendas de dulces y un bazar. Sin embargo, encontrar el hotel se antojaba muy difícil, así que no hubo más remedio que “contratar” a un par de niños que nos llevaran. Querían 20 dirhams por cabeza pero se conformaron con cinco cada uno. Nos dieron, eso sí, más vueltas que a un tonto. Luego nos contaría el propietario del hotel, que te hacen andar mucho para justificar lo que te cobran.

Los niños nos llevaron hasta la zona donde estaba nuestro hotel, pero no sabían exactamente dónde caía el Maison Adam. Por suerte, un chico más mayor, amigo del dueño, nos vio por una ventana y pensando que quizá íbamos a su hostal, bajó y nos preguntó. Después de un momento de duda, confiamos en él y no hubo ningún problema.

Después de dejar los trastos en el hotel, nos fuimos a dar un paseo por la medina. Antes, sin embargo, fuimos a comer un poquito. Y resultó una de las comidas más caras del viaje, dos bocadillos calientes (uno de “viande du haché” y el otro “au fromage”) con patatas fritas, por 40 dirhams cada uno.

Entramos por la puerta que hay en la plaza R’cif, e intentamos seguir como pudimos la ruta de color marrón. La medina nos gustó mucho aunque fuera un laberinto de 1300 calles y nos sorprendió que viviera en ella un millón de habitantes. Lo único malo es que no podíamos entrar en las mezquitas porque está prohibida la entrada a los no musulmanes. Por otro lado, un chico nos llevó a ver su tienda de pieles. Primero nos subió a la terraza para ver los famosos pozos de tinta de colores pero… lo único que vimos fueron las obras que está haciendo allí la Unesco y, eso sí, algunas vistas bonitas de la muralla. No fue nada del otro mundo, pero al menos, mientras nos enseñaba los productos de la tienda, no nos presionó para que compráramos.

Una cosa que nos sorprendió aunque ya la esperábamos, es la facilidad con la que cualquier persona, más si es vendedor, chapurrea el español o cualquier otro idioma para hacerse entender. Sobre los vendedores, no nos interpelaron demasiado. Sólo los de comida nos decían que probásemos sus productos. Sin embargo, los curtidores, artesanos, tejedores, etc., se mostraron más bien indiferentes a nuestra presencia por las calles de Fez.

A medio recorrido, cerca de la Bab Boujloud, tomamos un té a la menta, el primero del viaje, que a posteriori creo que fue uno de los mejores de toda la semana. También fue uno de los tres con mejor relación calidad, cantidad y precio. Nos los sirvieron en dos vasos casi de tubo por 10 dirhams/unidad. Al salir del café, fuimos vagabundeando por la Medina hasta llegar a Bab Boujloud, que para nuestra sorpresa, resultó ser la puerta en la que nos había dejado el taxi del aeropuerto. Realmente, los niños nos habían dado la vuelta al mundo.

La zona de la Medina cercana a Bab Boujloud es una de las más animadas y coloridas, y por sus callejones y zocos vimos varios de los mejores detalles. Así, casi sin advertirlo terminamos haciendo el itinerario a pie que recomendaba la guía y lo único en lo que no nos fijamos, fue en el reloj de agua, además de no haber pasado por la zagüía de Mulay Idris. También allí fueron los vendedores de comida los más insistentes, pero sin pasarse. Entre las cosas que nos llamaron más la atención estuvieron las fuentes, los callejones con arcos, las balconadas, algunas plazas interiores gremiales, la amabilidad y hospitalidad de la gente, una librería y los talladores de mármol.

Al volver al mesón, estuvimos un rato esperando hasta que llego el dueño, y antes de cenar nos trajo un té. Riquísimo. Luego, la cena, que por ocho euros por persona consistió en: tajine de pollo como plato principal, surtido de aceitunas, berenjena con ajo, pan y, aunque no estaba incluida, una ración de sopa harira para que la probáramos. Después, hubo más té.

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Después de la cena, nos quedamos un rato en el comedor pero enseguida nos fuimos a la habitación, hasta que llegaron un par de toledanos, clientes del hotel, con los que queríamos negociar la posibilidad de compartir una excursión al día siguiente. Pero eso ya os lo contaré en la próxima entrada.

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