Después de la visita al palacio Charlottenburg tomamos el autobús M45 hasta Ernst-Reuter Platz y allí el metro, línea U2, hasta Stadtmitte para ir a comer chocolate. Pero antes pasamos por el Check Point Charlie. 

El Check Point Charlie es poca cosa. Un cartel, una garita con cuatro sacos de tierra y tres parcheros vestidos de soldados americanos que cobran 2€ por una foto con ellos. Aún así, los pagué con gusto para tener la foto de mi padre con su gorro ruso (auténtico del ejército rojo) entre los dos “marines”. Fue una pena que los “soldados” no se prestaran a realizar la foto que yo quería cogiendo a mi padre por las axilas como echándolo hacia el Berlín oriental 😛 Por cierto, mucha gente cree que lo de Charlie viene de algún soldado famoso que hiciera algo, a lo que contribuye que haya un retrato en el sitio, pero en realidad es simplemente el tercer punto de control que había, el “C”, solo que dicho en alfabeto radiofónico: Alfa, Bravo, Charlie.

Después del Check Point Charlie fuimos a merendar, palabra que aunque no describe el acto por la hora (era demasiado temprano) si lo hace si hablamos del menú. A pesar de todo hicimos un poco de tiempo dando una vuelta por la primera planta de Fassbender & Rausch, en la que hay reproducciones en chocolate del Muro, de la Kaiser-Wilhelm Gëdachtniskirche, el Bundestag y la puerta de Brandenburgo. Luego ya subimos a la segunda planta.

En la segunda planta, y rodeados básicamente de señoras de la tercera edad muy peripuestas, tomamos lo que sigue: mi madre, Orange-Krokant-Törtchen o tarta crujiente de naranja y chocolate; mi padre, Schokoladen-Walnuss-Törtchen o tarta de chocolate y nueces; y yo, Herren-Törtchen, o tarta de “hombres”, que era de chocolate negro. Por si fuera poco, y para hacer bajar las tartas, las acompañamos con tres Trinkschokolade Crema, o suizos, de chocolate con 70% de cacao Ecuador Edel-Bitter. En total nos gastamos 24€ entre los tres.

Además de que todo estaba espectacularmente bueno, me gustaría destacar el servicio, cubertería y vajilla, agua con el chocolate, bombones de cortesía, y el camarero que nos tocó, que era súper amable y educado. Antes de irnos, en la primera planta aprovechamos para comprar chocolates para mi hermana y mi novia y salimos. Con la barriga llena tomamos la línea U6 hasta Oranienburger Tor, con la idea de recorrer Oranienstraße andando hasta Hackescher Höfe.

La calle Oranien no nos pareció nada del otro mundo salvo por la sinagoga que ya habíamos visto el día antes. Supongo que en verano, con las terrazas abiertas, será más interesante. Lo que sí nos gustó fue Hackescher Höfe. La primera parte de la entrada me recordó  con muchos matices la idea de hútòng chino a la alemana. La puerta simple de la calle da a un pequeño barrio interno con casas y patios, en el que la primera parte es muy bonita.

Al salir giramos por Rosenthalerstraße y nos metimos en otro callejón más bohemio con pinta de ser guarida de artistas. También hay un centro que lleva por nombre Anna Frank, pero no entramos. De vuelta a Rosenthalerstraße seguimos hasta Sophienstraße para ver la tienda de juguetes de madera, que nos dejó ojipláticos por lo caro que era todo.

Al salir, y como era pronto para cenar, buscamos un lugar en el que vendieran sellos y un librero de Hackescher Höfe me dijo que las oficinas postales estaban en las estaciones de tren más importantes. Elegimos la de Friederichstraße para poder subir a la S-Bahn (hasta ese momento siempre habíamos cogido la U-Bahn). Una vez allí, compramos los sellos y echamos las postales.

Para terminar el día fuimos en el tranvía 12 hasta Hackescher de nuevo para ir a Curry 61, el lugar de las currywurst originales. Mi padre y yo compartimos un par de salchichas: una blanca rebozada y una normal con curry. Ambas estaban buenísimas pero la blanca nos gustó más.

Sin más volvimos al hotel con la combinación de metro habitual U6 + U2.

___