El ala rota

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Una vez terminado el tour por los hitos del Berlín oriental queríamos ir al museo de Pérgamo y ¡vaya sorpresa! el metro que queríamos tomar, la línea S1, estaba cerrado por obras y el autobús que lo sustituía tenía la parada a más de 500 metros. Así, terminamos por ir al museo a pie desde Nordbahnhof. Lo hicimos a la carrera para llegar lo antes posible ya que ya era un poco tarde y queríamos ver el museo con calma. De camino a Pergamonmuseum pasamos por Oranienstraße y vimos la sinagoga de cerca. Su mayor atractivo es la cúpula. 

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Cuando llegamos a la isla de los museos por el extremo Norte vimos que no debíamos cruzar por allí, ya que el puente da al museo Bode, que está aislado de los otros cuatro por las vías del tren. Por eso tuvimos que llegar casi hasta Alexanderplatz y entrar a la isla por el mismo puente por el que habíamos salido el día antes. Una vez en el museo tuvimos que entrar por una puerta muy cutre ya que estaba en obras desde el 5 de septiembre de 2014. Las obras durarán 5 años. Por culpa de estas obras no pudimos el famoso altar de Pérgamo que da nombre al museo.

El museo tiene solo dos plantas y en esos momentos solo había un ala abierta. La primera planta está dedicada al próximo oriente y la estrella es la puerta de Ishtar babilonia, de color azul intenso y muy bonita. La puerta está en una sala que para dar impresión de desierto es toda del color de la arena. No obstante, lo que hay expuesto no es la puerta completa, que no cabría, si no solo la antepuerta. 

Cruzando la puerta llegas a la única sala del museo dedicada al arte romano, en la que se puede ver la puerta del mercado de Mileto, que también es espectacular. También hay un mosaico muy interesante.

El resto de la primera planta se completa con arte asirio. Me gustó mucho porque como dijo mi madre, nosotros estamos muy acostumbrados a ver cosas griegas y romanas, de modo que las cosas asirias, fenicias o babilonias nos sorprenden más.

Por su parte, la segunda planta está dedicada al Islam y en contra de lo que pensaba también me resultó sorprendente e interesante aunque en España tengamos mucho de este arte. Sobre todo me gustaron los nichos de oración, especialmente el de Kashan. Otras cosas espectaculares de la segunda planta son la muralla de Mshatta y el vidriado de Artajerjes.

Finalmente, cuando salíamos descubrimos la cámara de Aleppo. ¡Impresionante! Fue una lástima que nos dieran las 18:00 y nos invitaran a marcharnos sin que pudiéramos acabar de oír las explicaciones de la audioguía (incluida en el precio de la entrada, que a su vez teníamos incluida en nuestras “Welcome Card”) y que nos quería descubrir los secretos de la cámara.

Al salir del museo fuimos a dar una vuelta por Hackescher Markt. Buscábamos una tienda de juguetes de madera pero la encontramos cerrada. Como era ya oscuro dejamos la visita en profundidad para otro momento y nos fuimos a cenar. Usando de nuevo la guía de la “Welcome Card” elegimos Die Berliner Republik, que además de ofrecer cocina berlinesa casera con el guía ofrecía un 25% de descuento. 

Llegamos con un tranvía que no recuerdo y la primera impresión fue mala por culpa de una camarera borde. El local estaba lleno y al preguntar a la camarera pelirroja si había mesa y, si no, dónde podíamos esperar a que una quedara libre, me respondió de muy malos modos, echándome de donde estaba. Por suerte, había una camarera rubia más simpática que se apiadó de nosotros. Primero nos hizo sentar en una mesa compartida con un matrimonio alemán y más tarde, ante mi insistencia sobre si podíamos cambiar de mesa cada vez que veía levantarse a alguien, nos abrieron la zona de la segunda planta solo para nosotros. Y sé que fue solo para nosotros porque a una pareja que esperaban igual, les dijeron que mínimo tres…

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La camarera rubia hablaba español de la costa y no nos costó nada pedir. Mi madre tomó Königsberger Klopse, unas albóndigas enormes de vacuno con salsa de alcaparras, y mi padre y yo pedimos dos platos que compartimos: codillo al estilo berlinés con chucrut, puré de patatas y guisantes y “Rinderroulade”, un rollito de ternera relleno de pepinillos, bacon y cebolla y acompañado de col lombarda y patatas hervidas. El “Rinderroulade” estaba de vicio. De postre tomamos un Appelstrudel que compartimos entre los tres, ya que no podíamos más después de la comilona. La cuenta quedó en 52€ en total, incluyendo las cervezas.

Con las barrigas llenas y el ánimo alegre volvimos al hotel. Solo nos quedaba el cuarto día entero en Berlín y la mañana del quinto.

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