Las dunas de Sigatoka

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Una vez ubicados en Sigatoka, y lo que nos había costado, salimos a ver y no en este orden, el mercado, el río y el Melrose Bridge, un puente dedicado al triunfo de la selección de rugby de Fiji en 1997, cuando ganó la Melrose Cup. De allí a la estación había un paso, y queríamos ir a ver las dunas de una vez.

De todos modos, como faltaba tiempo para el autobús, al menos pudimos tomarnos el hamaiketako (palabra vasca que he incorporado a mi vocabulario gracias a la familia de Amaya, y que significa “la comida de las once”): un riquísimo pastel de cordero y queso con masa de hojaldre, que compramos en una panadería que nos había atraído con su olor, como Ulises con las sirenas. Y no era caro, 3,95 FJD (1,64€). En el supermercado de al lado compramos agua, para ir bien equipados a las dunas, y a las once menos algo, partió el autobús. A las 11:05 estábamos ya enfrente del Parque Nacional de las Dunas de Sigatoka.

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En el Visitor’s Center rellenamos el libro de registro y nos explicaron las dos rutas; haríamos la corta. También nos ofrecieron un mapa plastificado, que luego se tiene que devolver, pero nosotros preferimos fotografiarlo con los teléfonos.

El paseo que hicimos tenía unos dos kilómetros y lo realizamos solos, ya que no había más turistas. Anduvimos con mucha calma, disfrutando del extraño paisaje de dunas y vegetación al lado del mar. La arena de las dunas era cenicienta y en la playa había zonas en la que ya era negra.

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Vistas de la cresta hacia el Este

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Vistas de la cresta hacia el Oeste

En su totalidad, el paseo recorría diferentes zonas. Primero se sube a una colina cruzando un bosquecillo, una vez arriba se recorre la cresta de la colina por un sendero de hierba pisada y a su término se gira a la derecha para el camino corto o se sigue de frente para el largo. Girando a la derecha, después de un recodo se alcanza una empinada cuesta de arena, por la que se sube, sin saberlo, a la primera duna. A cada paso la arena se hunde bajo los pies, con lo que aunque no es muy larga, la subida se eterniza y cansa un poco. Al final de la subida ya se puede disfrutar de las vistas: las dunas, la vegetación, la playa y el mar. Es muy bonito.

Se sigue el recorrido por una hondonada entre dunas,  y se llega a la playa, en la que encontramos unas extrañas cabañas hechas de palos. Por la orilla del mar avanzamos hasta encontrar el camino de regreso. Cruzando otro bosquecillo y una tira de cemento, un poco resbaladiza, llegamos al bosque de caoba. En ese bosque vimos unas extrañas figuras de ramas que abrazaban a los árboles, pero aunque tenía la idea de hacerlo, al salir del parque se me olvidó preguntar qué eran. Al salir del bosque de caoba se llega de nuevo al Visitor’s Center, y se rellena el libro de registro con la hora de salida y la opinión.

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Una vez terminada la visita, esperamos el autobús enfrente del parque haciendo el jubilado: la espera se amenizó observando la obra que se estaba llevando a cabo allí para levantar un muro. El autobús no tardó demasiado y en un pis-pas ya estábamos otra vez en el centro.

Después de una vuelta de exploración para ver dónde comíamos, nos decidimos por Ron’s. Amaya pidió arroz frito y yo pollo con patatas. De postre, un Massala Chai Tea para ella y un Spanish Coffee para mí, que resultó ser un café con leche. En total, 14 FJD (5,80€). Por cierto, mientras comíamos sonaba “La Macarena” de fondo…

En la próxima entrada terminaré nuestro día en Sigatoka y alrededores.

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