El profesor en Mandalay

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Como dije en la entrada anterior, después de volver de Mingun nos quedaban unas pocas horas para correr aventuras antes de tomar el autobús nocturno para ir al lago Inle. En esas horas, acabé como profesor de inglés en un monasterio budista.

Todo empezó con la idea de Amaya de ir a ver a los orfebres que hacen el pan de oro con el que los fieles “forran” a los budas, como por ejemplo el de Mahamuni. Dichos talleres se encuentran en la calle 36, entre la 78 y la 79. En la cuadricula de calles de Mandalay, las horizontales van de la uno, al norte, a la cincuenta en el sur, y las verticales siguen la numeración empezando en la cincuenta y uno en el este y terminando en la noventa y pico en el río, aunque como la ciudad crece, hay calles con nombre más allá de estos límites.

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Así, como entre la numeración y la urbanización en cuadrícula orientarse en Mandalay es muy fácil, decidimos ir a pie hasta el barrio de los orfebres, y nos fuimos metiendo en los callejones que más nos iban llamando la atención. De este modo, descubrimos el Mandalay oculto y auténtico.

Muy probablemente por las calles por las que pasamos hacía tiempo que no se adentraba ningún extranjero a tenor de la reacción de la gente que nos miraba con sorpresa y nos saludaba afectuosamente “¡Mingalaba!” que significa “hola” en birmano. Nosotros devolvíamos el saludo cortésmente.

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En el trayecto vimos algunas casas muy pobres, chabolas y cabañas, otras casas más lujosas, un “parking” sobre un canal, gente humilde leyendo el periódico, puestos callejeros en calles desérticas y muchas otras cosas. Finalmente, durante el paseo tuvo lugar la anécdota del viaje.

En un momento dado nos cruzamos con tres monjes jóvenes, de 18 o 19 años. Yo quería hacerme una foto con ellos para compartirla en Facebook con los oyentes y el equipo de La órbita de Endor, un podcast que me encanta y del que llevaba una camiseta, así que les pedí permiso. Después de la foto, el más lanzado de los tres me preguntó si queríamos ver su residencia y después de algunas dudas, por la cuestión de la hora, accedimos. ¿Cuántas oportunidades tendríamos de entrar a una residencia budista con guías?

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En realidad, los monjes iban a clase de inglés y nos querían llevar allí. Al llegar, Amaya y yo pensábamos que el profesor se molestaría, pero nada más lejos de la realidad, estuvo encantado de recibirnos y enseguida me pidió que les diera una clase. Me contó que tenían pocas oportunidades de escuchar acentos que no fueran de otros birmanos, y aunque yo no era nativo, escuchar algo distinto siempre les vendría bien.

Al principio, como el profesor me ofrecía un café, pensaba que querían hacer una situación simulada, pero a la postre, el método de enseñanza se basaba en la repetición, así que lo único que tuve que hacer fue leer unos diálogos y expresiones para que todos los monjes estudiantes los repitieran imitándome. Lo del café era una simple cortesía.

Mi experiencia de profesor en Mandalay fue una de las mejores del viaje.

El paseo siguió después de la despedida sin muchas incidencias, si bien pudimos ver a un grupo de monjas pidiendo limosna con una canción, algún mercado, y tiendas de bordados. Unas dos horas después de bajar del barco, llegamos a la orfebrería.

Los artesanos y artesanas nos mostraron el método de trabajo para convertir las pepitas de oro en láminas súper finas de pan de oro que luego se usan en las ofrendas y que hasta se pueden comer. Todo de manera manual, por supuesto, incluidas las seis horas que hay que golpear el oro con un mazo de 3 kilos para que se alise. Después de la visita compramos un paquetito de hojas de pan de oro que parecía una bolsita de té.

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De regreso al hotel para recoger los equipajes e ir a la estación de autobuses nos pilló una tromba de agua que hizo que estrenáramos los ponchos del todo a 100, y que excepto por el calor que daban, resultaron muy útiles. Eso sí, con el piso resbaladizo por la mezcla de agua y aceite, descartamos ir en moto a la estación y tomamos un taxi.

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Finalmente, a lo largo de ese día nos sorprendió una cosa: vimos más monjas que monjes, incluso llegamos a ver un camión lleno de ellas.

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También relacionado con el transporte, vimos un camión/bus tan lleno que llevaba a una buena docena de mozos sobre el techo, y como es costumbre en Mandalay, iban cantando para alejar a los malos espíritus y tener un trayecto sin accidentes.

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Bueno, esa noche partimos hacia Inle, y os lo contaré en la próxima entrada.

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