La cueva de las golondrinas

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De Xīnjiē a Jiànshuǐ fuimos sin problemas salvo que la duración fue más de la prevista porque el autobús iba vía Gèjiù. Así, en vez de 100 kilómetros, hicimos 180. Por lo demás, poco que destacar excepto que en la autopista hay pasos de cebra. La llegada a Jiànshuǐ nos dejó inmediatamente buen sabor de boca y enseguida nos pareció amigable y encantadora. Desde la estación de autobuses fuimos andando hasta el centro, unos 20 minutos más o menos, hasta la calle Lin’an. Por el camino vimos a unas abuelitas dando toques a un balón de fútbol atado a una cuerda que sujetaban con la mano y, en la plaza que hay delante de la puerta del Este, a un montón de gente bailando en la calle.

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La calle Lin’an es muy bonita y está llena de hoteles y tiendas, sin embargo, como hay pocos restaurantes, nos costó encontrar un sitio para cenar. Por otro lado, como llevábamos impresa la sección de Yúnnán de la Lonely Planet 2010 en PDF, algunos datos estaban trasnochados, y en este caso, el hotel que buscábamos había cambiado de nombre y hasta de dirección. Cuando al fin lo encontramos, resultó que además habían subido los precios, y tuvimos que buscar otro. Acabamos en un hotel un poco “raro”, el único de todo el viaje en el que nos alojamos sin registrarnos.

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Al día siguiente nos levantamos temprano para ir a la Cueva de las golondrinas, una de las principales atracciones de toda la zona. Fuimos andando hasta la estación de autobuses y allí tomamos un autobús “directo” que solo paró en medio de la autopista para que bajaran los pasajeros que así lo pedían. Realmente no sabemos a dónde podían ir.

Al llegar a las cuevas (la entrada es la “cueva seca” y el río subterráneo se conoce como la “cueva húmeda”) compramos la entrada combinada para las tres atracciones de Jiànshuǐ, que nos costó 133 yuanes (17,11€) y permite la entrada una vez en un día o en días distintos a las cuevas, los jardines de la familia Zhū y al templo confuciano.

Las cuevas son impresionantes y por ejemplo, la entrada es espectacular. Además, en la entrada, donde aun alcanza la luz del sol, hay un espectáculo de escalada sin ningún elemento de seguridad que corre a cargo de unos chicos lo suficiente jóvenes como para ser así de inconscientes. En cierto modo, es parecido al espectáculo de los clavadistas de Acapulco, donde solo saltan adolescentes de entre 14 y 17 años.

Una vez dentro de la zona oscura, durante la visita, y aunque no se entienda nada del chino, conviene seguir de cerca a algún tour guiado, ya que las luces se encienden a medida que las guías van llegando a los puntos de interés y se apagan en cuanto se van. Por lo tanto, a pesar de llevar linternas como nosotros, la visita “a tu aire” es complicada. De todos modos, si se quiere huir de los grupos, el camino está marcado y solo hay un recorrido, lo único es que no se puede disfrutar de las lucecitas de colorines.

Personalmente me gusta ver cuevas, por un rato al menos, pero encuentro ridículo el juego de poner nombre a los pedruscos según pareidolias ridículas (los elefantes juguetones en el agua, el dios de las mil caras, los amantes en una cita, el pavo real cardándose las plumas de la cola… por citar algunos ejemplos en esta misma cueva).

La cueva es muy extensa, dicen que la más grande de Asia, (aunque yo diría que el Underground River de Filipinas es más largo, solo que no es visitable en toda su longitud) y el recorrido está lleno de subidas y bajadas, con lo que al final puede ser bastante cansado. Antes sin embargo del último tramo, hay una gran área de descanso con el “techo” muy alto, donde se puede comer y beber. Nosotros solo bebimos un poco mientras veíamos las luces proyectadas sobre las paredes y que simulan bandadas de golondrinas moviéndosde de un lado al otro. De hecho, fueron las únicas golondrinas que vimos, ya que en la época del año en la que fuimos (agosto) las golondrinas no vuelan por la cueva seca.

Para volver desde el fondo de la cueva, se toma una pequeña motora con forma de dragón y, aunque no es gran cosa, al menos se agradece no tener que volver a subir y bajar todas las escaleras del recorrido. Al salir de la cueva cruzamos un puente colgante cercano y rodeamos la entrada por arriba, sobre la montaña, algo que nos podríamos haber ahorrado porque no tiene ningún interés. Por no haber, no hay ni vistas ya que entre el sendero y el valle, la vegetación te las tapa.

Bueno, en la próxima entrada os contaré nuestra visita a los jardines de la familia Zhū.

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