La ciudad vieja de Dàlǐ

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Al salir de las Tres Pagodas, lo primero que habíamos visto en Dàlǐ, queríamos ir a recorrer la ciudad vieja, el principal reclamo de la ciudad. La idea era entrar por la Puerta Norte, la más cercana a las Tres Pagodas, pero nos despitamos en algún momento y en vez de eso, acabamos entrando por Píng Děng Lù, una calle curiosa pero no demasiado destacable que cruza un mercado anodino. Nada que no hubiéramos visto ya. Por eso, al llegar a Fùxīng Lù no lo dudamos y giramos a la derecha por una calle que es la auténtica arteria de la ciudad vieja y que va de Puerta Norte a Puerta Sur.

El cambio había sido notable. Ese sí era el Dàlǐ del que todos nos habían hablado.

Es cierto que en Fùxīng Lù todo son tiendas de cosas diversas relacionadas con los souvenirs, pero se respira el encanto y la atmósfera de la ciudad desde el primer momento. Además, cuanto más te acercas al centro, el cruce con Rénmín Lù, más crece el embrujo.

Vendedora en

Vendedora en Píng Děng Lù

Nada más empezar nuestro paseo por Fùxīng Lù vimos una tienda de té. La dependiente nos trató francamente bien y como no podíamos entendernos bien en nuestro chino-signos-inglés acerca de cómo preparar correctamente el té de Pǔ’ěr, nos hizo una demostración/degustación. ¡Qué rico! Esta vez si terminamos comprando, por tres motivos. Primero porque queríamos té de Pǔ’ěr; segundo, porque estaba a buen precio; y tercero, porque en vez de venderlo en el habitual mazacote de té prensado, venía en porciones de 5 gramos envueltas individualmente. Sabíamos que por el precio no podía ser de súper calidad, pero como lo probamos y nos gustó, hicimos una buena compra. Acerca del precio, el té de Pǔ’ěr puede costar hasta algunos miles de euros el kilo.

Vendedora en

Vendedora en Fùxīng Lù

El paseo lo continuamos hasta Rénmín Lù, una calle muy pintoresca con sus viejos edificios destartalados y torcidos, sus puestos de comida, su ambiente hippie y, sobre todo, por sus tejados “vegetales” a causa de las malas hierbas que crecen entre las tejas.

Rénmín Lù la recorrimos hasta bastante adelante, donde empieza a perder su característico sabor, y de vuelta, aunque nos costó varias idas y venidas encontrarla, al fin pudimos dar con la Iglesia católica de Dàlǐ, a la que se llega por un pequeño callejón. La verdad es que pensábamos que sería un edificio occidental decepcionante, pero como en la guía no salía apenas ningún otro punto de interés concreto, queríamos verla igualmente. ¡Menuda sorpresa! Se trata de un edifico de arquitectura bai, la minoría étnica china mayoritaria en la zona de Dàlǐ y el lago Ěr, coronado con una cruz. Por dentro tiene la distribución de una iglesia al uso, pero todo decorado a lo chino y con los textos escritos en caracteres hanzi. El principal: 天王是爱 (Tiānwáng shì ài), que significa “Dios es amor”.

Después de la iglesia empezamos el regreso al hotel, bajando Fùxīng Lù hasta el castillo. Antes, pero, pudimos escuchar en el cruce de Fùxīng con Rénmín, a una anciana cantando con un amplificador portátil que arrastraba en un carrito. Era una pena que la canción que tenía puesta en el CD y la que estaba cantando fueran distintas. ¡Qué horror!

En todo el centro de Dàlǐ se alternan las tiendas de cosas orientales con las de cosas occidentales, además de las típicas turistadas globales como trencitas, tattoos temporales, banderas de Jamaica y djembes, así como ropa desteñida a la lejía.

Cuando llegamos al castillo Amaya estaba demasiado cansada y dolorida de las lumbares como para subir, así que entré yo solo. El castillo está cruzado por dos túneles de modo que parece que tenga cuatro patas, y en cada una hay una tienda, con el decoro de que sus puertas están en la parte del túnel, de modo que por fuera se ve la construcción antigua “inviolada”. En una de las tiendas está la escalera para subir al castillo de Dàlǐ, una de las pocas cosas turísticas gratis que encontramos en todo el tiempo por China. Y además las vistas son chulísimas. Especialmente las vistas hacia en Norte y el Sur.

Desde allí fuimos hacia Hóng Lóng Jǐng, por la que subimos hacia una de las salidas del Este (la principal estaba en obras) que era la más cercana a nuestro hotel, que quedaba extramuros. La calle en cuestión fue otra bonita sorpresa pues se trata de una calle con un canal central. También, y eso nos era más indiferente, se trata de una calle llena de locales de ocio con precios abusivos.

Esa noche para cenar fuimos al Café de Jack y nos gustó mucho. Amaya pidió pollo con papaya verde y yo las patatas de la abuela, un plato típico de la zona consistente en un especie de patatas a lo pobre pero con muchas verduras. De postre, tomamos su famoso pastel de chocolate, que está muy bien, pero tampoco hay para tanto como dice la Lonely Planet. Café de Jack está en la calle Bó’ài Lù, que es también la de los masajes y las agencias de viajes.

Bueno, hasta aquí el primer día por Dàlǐ. En la próxima entrada, más.

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