Aprendiendo a escribir en Báishā

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Llegar a Báishā, no fue tan complicado. Desde la salida norte de la ciudad vieja de Shùhé, sólo había que andar un poco hacia la derecha, cruzar la calle y en la primera esquina estaba la parada del autobús número seis. Sin embargo, nosotros no hicimos esto ya que las indicaciones que nos habían dado, hicieron que llegáramos hasta una calle grande, continuación de la avenida que une Shùhé con Lìjiāng, y tomáramos allí el autobús número seis. Nuestro asombro vino cuando el autobús número seis tomo la calle por la que habíamos ido andando, y giró justo enfrente de la salida norte de la ciudad, de modo que descubrimos dónde estaba la parada mas cercana a nuestro punto inicial.

Una vez llegamos al pueblo, encontramos a un señor indio que hablaba español y que nos indicó hacia donde estaba el centro. La verdad es que no hacía mucha falta porque el pueblo es básicamente como una L. Por otro lado, nos encontramos todas las calles  levantadas, parecía una obra gigantesca. Sospechamos que quieren convertir un pueblo auténtico y antiguo en un nuevo centro turístico como Lìjiāng o Shùhé. Quizá será más cómodo y bonito, pero perderá casi todo el encanto.

Cabe decir que justo enfrente de la parada del autobús número 6 está el recinto de los frescos, que son la principal atracción de Bàishā para los turistas, pero de los que nosotros no teníamos buenas referencias y decidimos ignorar. Por si a alguien le interesa, la entrada costaba 40 yuanes (5,1€).

Bajando por la calle “principal” nos encontramos una “orquesta de cámara” de música tradicional de la etnia Nàxī. Siempre me gusta colaborar con los músicos de la calle a la mínima que me guste un poco la música que hacen, ya que yo he sido “mendigo” musical muchísimo tiempo y he vivido y viajado mucho gracias a las propinas y donativos. Así, después de dejarles unos pocos yuanes, me invitaron a sentarme con ellos, me ofrecieron uno de sus instrumentos y dejaron que Amaya tomara fotos y vídeos mientras yo tocaba un poco.

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Al girar por la calle principal vimos un cartel del café Buena Vista y lo seguimos ya que al lado estaba la clínica del doctor Ho. Nada más llegar vimos la gran cantidad de recortes de periódicos que hablan de la fama de este herborista. Yo me acerqué a la puerta y al oír carraspear a alguien, llamé con los nudillos. Allí estaba el doctor con sus 92 años. Estuvimos hablando con él un rato (habla inglés y alemán, y chapurreaba español aunque lo ha olvidado según nos dijo) y nos contó que de toda la historia de China, que él ha vivido, lo mejor fue la política de apertura, porque le encanta que los extranjeros visiten el país y conocer a gente nueva.

Después de despedirnos del doctor, regresamos por la calle principal, y aunque giramos a la izquierda para ir al instituto de bordado Nàxī, parece que lleva mucho tiempo cerrado y abandonado. Por eso, sin más nos acercamos al café del señor Yang, que entre otras cosas, es maestro calígrafo de escritura Nàxī. En ese momento, sin ir más lejos, había un señor mayor que era su estudiante. Por mi parte, mientras tomábamos un té de nieve de Lìjiāng de color rojo, conseguí que me enseñara a escribir mi nombre y el de Amaya en Nàxī.

Al principio, para hacerme entender escribí mi nombre fonéticamente usando caracteres chinos (阿马的雨), pero él lo tomó por la vertiente del significado y creyó que lo que yo quería era escribir “plano”, “caballo”, “de” y “lluvia”. Cuando terminó de escribir esos cuatro conceptos en Nàxī y yo los leí “A-MA-DE-U”, fue cuando se dio cuenta del error, ya que ni “caballo” se lee “MA”, ni la preposición era “DE”, y tampoco “lluvia” es “U”. En el segundo intento, solo tuvo que cambiar “caballo”, “de” y “lluvia” por tres palabras nàxī que se leyeran “MA”, “DE” y “U”, y el resultado fue que mi nombre se terminó componiendo de “plano”, “ojo”, “tijeras” y “demonio”. Por su parte, el de Amaya se escribe “plano”, “ojo” y “hierba”. Eso sí, ahora también sé escribir “caballo” y “lluvia” en nàxī, aunque no sé cómo se leen.

Como agradecimiento, Amaya me propuso que hiciera un retrato del señor Yang y que se lo regalara. Así lo hice, y creo que le gustó. Guardo una foto del dibujo como recuerdo.

Para volver de Lìjiāng no hubo problema. Primero tomamos el número seis, en el mismo sitio donde nos había dejado, hasta la parada de Shùhé Lùkǒu, y allí el autobús número 11. Otra vez nos pasó, que para pagar este autobús no teníamos suelto, y mientras pedíamos si alguien tenía cambio, una señora Nàxī nos dio dos yuanes. Para bajar del autobús número 11, tampoco fue difícil ya que rodeaba la ciudad vieja por la avenida de Shangrilá y luego giraba por Chángshuǐ Lù. Así, nos dejó prácticamente en el mismo lugar donde nos había dejado el autocar de la excursión a la garganta del salto del tigre.

Al bajar, fuimos a ver el estanque del dragón del caballo blanco, lo único que nos quedaba por ver de Lìjiāng. El estanque en sí mismo, no es gran cosa, pero vimos un altar budista dedicado a un monje santificado contemporáneo, con una foto suya. Además, fue el primer y único templo budista que vimos en China, que exigía ir descalzo para entrar, como pasaba siempre en Myanmar.

Después de ver el estanque y el templo asociado, con unas esculturas bastante curiosas, fuimos a por los billetes de tren al Garden Inn, intentando eso sí, repetir las menos calles posibles, de modo que descubrimos nuevos rincones. A la vuelta, tomamos un bocadillo de carne con pimientos que estaba muy rico, en un pan parecido al pita griego, pero más grueso.

Bueno, esto es prácticamente todo del último día en Lìjiāng sólo nos quedaba ir a la estación para tomar el tren hacia Kūnmíng.

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