Primera tarde en Luang Prabang

Palacio

Sin más continúo donde lo dejé en la entrada anterior. Después de la pitanza, por fin fuimos al palacio Real, que actualmente es el museo Nacional de Laos. Es una pena que no se puedan hacer fotos, porque nos pareció muy interesante. Por este motivo, todas las fotos que pongo son de los jardines, aunque los habíamos visitado antes de la pausa para comer.

Al palacio se entra descalzo y con ropa decente (manga corta y pantalón hasta más allá de la rodilla, los tirantes y los shorts están prohibidos) y se debe dejar todo lo que se lleve, por ejemplo mochilas, cámaras de fotos, etc., en una taquilla. Lo primero que se visita es la sala de recepción, y enseguida se pasa a la sala del trono, que remodeló el último rey de Laos. En ella, las paredes están cubiertas de episodios folclóricos laosianos, reproducidos en mosaico de cristal japonés. También hay dos tronos, el del último rey y el de los tres predecesores, que es más pequeño. Por cierto, en la sala de recepción había bustos de los tres reyes anteriores al último .

De allí, se siguen recorriendo estancias, de las que destaco las de la Reina y el Rey, habitaciones separadas con sus camas respectivas, las de los niños, llenas de instrumentos musicales, y la biblioteca. A lo largo del palacio, en las paredes hay una serie de cuadros que cuentan un cuento laosiano como si fueran viñetas de una tira periódica, y al final, hay un montón de salas en las que se exponen los regalos que los dignatarios de otros países hicieron a los diferentes reyes de Laos. Uno de los mejores es la banderita de Laos que el Apolo XI llevó a la luna, regalo de Nixon al rey laosiano, y otro, una roca lunar que trajo el Apolo XVII. El más cutre quizás sea un simple boomerang que regaló el presidente de Australia en una ocasión. Para terminar, sólo mencionar que hay varios vestidos y retratos de los Reyes y aparentemente eran gente sencilla, la reina especialmente, pues no llevaba ninguna joya.

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Haw Prabang desde la ladera del monte Phu Si

Después del museo, nos acercamos, en el mismo recinto, a Haw Prabang, un templo en el que está el buda Prabang que da nombre a la ciudad y que llegó de Sri Lanka en el siglo I. El buda es pequeñito y a mí del templo me gustó más la decoración de las paredes, techos y columnas en rojo y oro. Los dos recintos estaban incluidos en la misma entrada de 30.000 kips (3€). Esa noche, sin embargo, mirando la entrada con atención, vi en el desglose del precio que había tres atracciones. Así me di cuenta de que había una colección de coches que no habíamos visto ¿podríamos volver para verla otro día?

Haw Prabang de frente

Haw Prabang de frente

Al salir del templo, y como ya habíamos visto la ribera del río Mekong, fuimos a buscar la del Nam Khan y, de camino, vimos que el templo Wat Siphoutthabat Thippharam tenía una parte muy vieja que la primera vez no habíamos visto. La rivera del río Nam Khan está llena de hostales y restaurantes, como la otra, pero a pesar de todo es igualmente tranquila, en esta época del año al menos. La ribera la seguimos hasta el final de la península, para ver cómo el río Nam Khan gira y entra en el Mekong.

La última visita del día fue el templo Wat Xieng Tong. Lo curioso fue que, mientras lo buscábamos, yo vi una de las entradas y Amaya no se quiso acercar porque decía que era muy fea. De este templo, la guía destaca las estupas (doradas, de mosaico, de arco iris…) y los pabellones, pero lo mejor para mí es el edificio central, o sim, que por fuera está decorado con mosaicos de cristal como los de la sala del trono del palacio Real, y por dentro tiene las paredes oscuras con bonitas decoraciones en oro. Además, en una de las paredes del sim hay un árbol de mosaico espectacular. El resto de pabellones estaba en reconstrucción/restauración.

El paseo lo terminamos volviendo hacia nuestro hostal por la ribera del río Mekong con toda la calma laosiana.

La curva del Nam Khan antes de desembocar en el Mekong

La curva del Nam Khan antes de desembocar en el Mekong

Cuando llegamos al hostal, sin embargo, nos comunicaron que nuestra habitación estaba reservada por otros clientes a partir del día siguiente. Nos ofrecían cambiarnos a otra más cara, pero no por el mismo precio, sino pagando más, así que decidimos cambiarnos de hotel. La pareja china, que iba a estar una semana, si aceptó el trato. Nosotros salimos a buscar otro alojamiento y salimos ganando porque encontramos una casa de huéspedes más barata justo al lado. Precisamente la que había sido nuestra primera opción pero que al llegar esa mañana estaba completa. Al día siguiente antes de la excursión, nos trasladamos.

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Laosianos jugando a la petanca

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