Para ir a Luang Prabang lo hicimos en autobús nocturno. El autobús salía de la estación Norte, y hasta allí el transporte estaba incluido en la generosa comisión que nos había cobrado la agencia Green Discovery. La furgoneta que vino a buscarnos llegó con media hora de retraso, y hasta la estación tardo unos 30 minutos. El viaje sin embargo no fue muy apacible:
“Vaya viajecito en autobús. Los camastros no eran tan cómodos como parecía, estrechos y no se ponían planos. El conductor era nefasto, con continuos frenazos que en mi caso me hacían deslizarme hacia delante.”
Diario de viaje, mercado matutino de Luang Prabang
27 de agosto de 2014, 9:20 AM
Además, hasta que paramos para cenar nos pusieron música laosiana horrorosa. La cena estaba incluida en el billete de autobús, que tenía un cupón para cambiarlo donde paramos. Con el cupón podías elegir una de las siguientes cuatro cosas: un cuenco de fideos, algo de bollería, una bolsa de patatas fritas o una bebida (cerveza o refresco). Nosotros compartimos un cuenco de fideos, y cogimos una bolsa de patatas para el viaje. Por suerte, descubrimos cómo tapar las salidas del aire acondicionado para no congelarnos, ya que las mantas eran de broma. Dormí poco y mal.
Cuando llegamos a Luang Prabang nos costó tres intentos encontrar un hostal. La búsqueda la hicimos medio acompañados de un matrimonio chino de gente mayor, que viajaban prácticamente de mochileros como nosotros y estaba en la misma situación. Terminamos alojados en el mismo hotelito. Una vez instalados nos acercamos al mercado matutino y allí desayunamos unas baguettes. Luego pensábamos continuar con el paseo que recomendaba la guía. Eso sí, después de terminarnos los perolos de café y té que nos habían puesto en el puesto del mercado.
Después del café, fuimos a recorrer el monte Phu Si entrando por la parte Oeste. De este modo pasamos por delante del TAEC (un pequeño museo étnico-folclórico), aunque no entramos, y que para ser una de las casas más opulentas de Luang Prabang de los años 20, tampoco era tanto. Lo que sí nos sorprendió, fue el barrio de chabolas que hay al lado y sus calles laberínticas. A pesar de la precariedad de las construcciones, el contraste con el verdor de la naturaleza hace que tenga mucho encanto.
Cruzado el asentamiento, y siguiendo una senda silvana, llegamos a la entrada del monte Phu Si, que está coronado por That Chonsi. El ascenso entre budas narizones fue curioso, pero las vistas desde lo alto del monte fueron lo mejor. Sobre todo la del río Nam Khan. El templo en cambio no vale nada, y ni siquiera tengo una foto de él.
Desde lo alto, en vez de bajar hacia la entrada Este como decía la guía, fuimos bajando las escaleras del Norte para ver Wat Pa Huak, un templo con un grabado en madera de Buda montado en el elefante de tres cabezas Airavata, antiguo símbolo de Laos y que estuvo en la bandera hasta 1975. El interior de este templo está prácticamente destrozado, por eso dejamos un pequeño donativo para la restauración de los frescos.
De allí fuimos al Palacio Real, pero estaba cerrado (la pausa para comer es de 11:30 de la mañana a 1:30 del mediodía) así que después de ver los jardines, recuperamos la ruta general que recomendaba la guía, para ver el templo Wat Siphoutthabat Thippharam. Resultó ser un templo sin más, así que sin demorarnos mucho continuamos el ascenso hasta la huella de buda. Esta es igual de grande que la de Mingun, Myanmar, pero no tiene caracolas en los dedos.
Volvimos por nuestros pasos bajando de nuevo el monte, pero todavía era pronto para ver el Palacio Real. Por eso, fuimos hasta la rivera del río Mekong para comer. Amaya tomó cerdo con salsa de ajos y yo sopa de pollo con leche de coco. Tuvimos tiempo incluso de relajarnos en la terraza del restaurante, donde yo terminé mi cerveza mientras escribía el diario de viaje, y Amaya leía la historia de Laos en la guía.
Y bueno, para no alargarme tanto, el resto del día lo contaré en la siguiente entrada.
____