Después de nuestro tour por la meseta de Bolaven, empezamos el camino hacia Champasak, pasando casi por Pakse otra vez. La carretera de Champasak es de peaje, y a la ida lo pagamos nosotros. La verdad es que quizás fuera la mejor carretera que tomamos en todo el viaje. Como ya era 1 de septiembre vimos por el camino muchos niños que iban a la escuela con su uniforme: parte superior blanca e inferior azul marino. También vimos las escuelas, que en algunas ocasiones tienen las aulas “abiertas”, es decir, sólo tienen tres de las cuatro paredes, de manera que vimos a los estudiantes sentados en sus pupitres.
Como he mencionado antes, la carretera estaba francamente bien, pero eso no impedía que estuviera infrautilizada, y que por ella cruzaran o transitaran todo tipo de animales, como perros, bueyes, vacas, cabras, gallinas, gallos, y hasta patos. De Tat Yueang a Champasak tardamos prácticamente dos horas y media, seguidos por un holandés y su prometida china en moto. Seguirnos fue para ellos el único modo de encontrar el camino (la verdad es que no era difícil, pero no había señalización).
Cuando llegamos a Champasak, antes de entrar al complejo de ruinas, comimos. Amaya comió pollo rebozado con ajo y yo cerdo agridulce. La comida estuvo correcta sin más y nos costó 40.000 Kips (4,54€). Por su parte, la entrada a las ruinas nos costó 35.000 kips por persona (3,97€), lo que no cuadraba con ninguna de las dos tarifas que salían en la guía. En fin.
Nada más entrar, nos sorprendió el lago ceremonial inmenso (baray) que hay que rodear hasta llegar al corredor ceremonial, del que queda el pavimento y los pies de las columnas que lo flanqueaban. Antes, sin embargo están los cimientos de la puerta, que apenas son más que un montón de piedras. Recorrido el corredor, llegamos a los pabellones cuadrados, en los que aún quedan algunos grabados khmer interesantes.
Siguiendo adelante llegamos a otras escaleras en las que vimos dos dvarapalas caídos junto a un yoni (un pedestal con la forma de la vagina-útero cósmica) y más adelante un dvarapala entero, pero vestido con unos ropajes horribles. Desde allí, por una escalera completamente irregular nos fuimos acercando inexorablemente al Santuario de Shiva, aunque en la actualidad, lo habiten unos infames budas ramplones que han puesto dentro.
Saliendo del Santuario, nos extasiamos con las vistas, antes de empezar a buscar la piedras del elefante y la del cocodrilo, que fueron más fáciles de encontrar de lo que pensábamos. Para terminar la visita, fuimos a la parte trasera del santuario para ver el Trimurti (la Trinidad hindú: Shiva, Vishnu y Brahma) de estilo khmer y más arriba, la fuente de agua que baja por todo el templo y la enésima huella de Buda, que esta vez no había pisado el suelo sino una pared.
En ese momento empezó a llover, y regresamos moderadamente mojados al tuk-tuk. De regreso llevamos a un alemán a la estación de autobuses de Champasak, lo que nos permitió ver la calle en que consiste ahora esta “ciudad” que hasta sólo hace 40 años, tenía estatus real. De regreso, el tuk-tuk nos dejo en el centro de Pakse y…
“¡Vaya manera de llover en Pakse! Por suerte ha empezado después de que encontráramos hotel. Ahora vamos a ponernos como el quico en un indio.”
Diario de viaje, restaurante Jasmin
1 de septiembre de 2014, 19:54
Como auguraba en el diario, la cena estuvo genial. Nos costó 87.000 kips (9,87€) y comimos: de primero dos samosas vegetales con lassi salado para beber; de plato principal pollo marinado con yogur y cocinado con especias para Amaya y cordero con especias, que no curry, para mí. De postre, té de masala para Amaya, dijo que había sido el mejor que había tomado nunca, y un café de Laos para mí. Buenísimo.
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