La tormenta y la llave

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La noche de nuestra excursión en bicicleta, para cenar fuimos a Ms. Ning’s y Amaya comió otra vez “snichtel” y yo una hamburguesa de pollo que estaba empanada, pero muy buena. Nada más sentarnos en el restaurante empezó un diluvio con rayos y truenos. ¡Vaya tormenta!

La comida fue bien, pero después de cenar, nos dimos cuenta de que no teníamos la llave del bungalow. Como cuando la guardaba me la ponía en el bolsillo con botón de la izquierda del pantalón y allí había guardado la ropa interior cuando me cambié en el bungalow de Li Phi, me dio miedo haberla perdido en el baño del bar de la puesta de sol, donde me había vuelto a cambiar.

Así, fui hasta el bar de la puesta de sol bajo la tormenta a ver si la encontraba. Fue una experiencia acongojante, pues caían muchísimos rayos cerca y no podía dejar de pensar en que estaba a campo abierto y me podía convertir en un pararrayos humano. Intenté buscar todos los refugios posibles, iluminando como podía con mi pequeña linterna, y traté de ir y volver sin caerme o tropezarme. Por suerte llevaba mi poncho y no me mojé tanto. Finalmente llegué hasta el bar, que estaba ya cerrado, y aunque visité el baño, que estaba un poco apartado y seguía abierto, no encontré la llave.

Regrese al restaurante, la luz se iba cada dos por tres, y allí encontré a Amaya que ya estaba un poco preocupada por el tiempo que había tardado. En el caso de haber perdido la llave, tendría que pagar una multa en el bungalow, además de que no podríamos entrar hasta encontrar a alguien del hotel que abriera la puerta, y con esa noche, me parecía una cosa difícil.

Yo estaba convencido de que, definitivamente, la había perdido, y para no llegar demasiado tarde al bungalow y que hubiera más posibilidades de encontrar a Suk por allí, volvimos al hotel sin esperar a que amainaran ni un poquito, de modo que el trayecto fue espantoso. La lluvia caía a cántaros (de hecho, caía más agua que en cualquiera de las duchas que habíamos encontrado durante todo el viaje), así que aunque llevábamos los ponchos, las piernas y los brazos sobre todo, se nos quedaron empapados. Por otro lado los rayos y truenos parecía que iban a caernos encima en cualquier momento y estábamos un poco acojonadillos. Menos mal que alguna persona más estaba por la calle, y así parecía que no era tan peligroso. Además, con tal tormenta de agua el pueblo se estaba inundando, y en algunos charcos el agua nos llegaba hasta más arriba de los tobillos. Por suerte, las linternas del todo a 100 yenes se comportaron a pesar de mojarse y los apagones no fueron excesivo problema.

Finalmente, embarrados hasta casi las rodillas, y bastante calados, llegamos al porche de nuestro bungalow para descubrir que había olvidado la llave sobre la mesa.

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