La segunda etapa que incluía nuestro itinerario era una parada para ver la famosa kasbah de Aït Ben Haddou. ¿Qué no os suena? Pues estoy seguro de que la habéis visto un montón de veces, ya que es un clásico escenario para películas y series de todo tipo, desde Lawrence de Arabia hasta Juego de Tronos.
Nada más llegar nos recibió un guía muy simpático que hablaba inglés y español y desde el principio nos advirtió de que la visita tenía una duración limitada porque si no, quizás no llegaríamos a tiempo a Zagora para ver el atardecer.
Para empezar la visita nos acercamos a un mirador desde el que se ve la kasbah imponente, como un historiado castillo que se levanta en la ladera de una montaña, tan integrado que cuesta ver donde empieza el uno y donde acaba la otra. Enfrente de la kasbah destacan las dos puertas, que parecen formar parte de ella, pero que fueron construidas expresamente para dos películas. Como lo hicieron con materiales de allí no parecen fuera de lugar. La puerta pequeña la hicieron para la ya mencionada Lawrence de Arabia y la grande, para La joya del Nilo.
Luego tuvimos que bajar hasta el pequeño río que hay enfrente de la kasbah y cruzarlo por un puente de piedras y sacos de arena muy parecido a las “zamburguesas” de mítico Humor amarillo. Fue bastante divertido.
La kasbah se recorre de abajo a arriba por un itinerario prácticamente marcado, que no tiene pérdida. Aún así, el guía no se cansó de repetir que por favor fuéramos juntos para terminar a tiempo de ir a comer y luego llegar al atardecer en Zagora.
En la entrada de la kasbah hay una muestra del proceso de construcción de ladrillos de adobe y sin más, empezamos el recorrido: un montón de escaleras, habitaciones estrechas y callejones, todo muy interesante y salpicado por las explicaciones del guía. Una de las cosas que más me llamó la atención fue lo de las cuatro torres que tenían las casas en las que vivían las familias más ricas de las kasbahs. En cada torre vivía una de las esposas del señor de la casa, y como en esa época (s. XI) había muchas guerras y disputas entre tribus, era obligatorio que el hombre tomara una esposa de cada tribu: bereber, saharaui, beduina y, creo que la cuarta era árabe, pero no lo recuerdo bien.
Otra de las explicaciones que me pareció más interesante fue la de las temperaturas y las bondades del adobe. En invierno, la temperatura fuera de las casas puede alcanzar los -7 ºC mientras que dentro se está calentito gracias a los fuegos de cocinar y a los hammams, y en verano, con hasta 50 ºC, la temperatura bajo el adobe se mantiene cercana a los 28 ºC.
Así fuimos subiendo hasta alcanzar el penúltimo nivel de la kasbah, y allí el guía nos preguntó si queríamos subir hasta arriba del todo, ya que solo nos quedaban 6 minutos de visita. Subimos para echar cuatro fotos desde la cima, llamada agadir.
En el camino de descenso entramos en una sala en la que había fotos de los diferentes rodajes que se han llevado a cabo en la kasbah y capturas de algunos fotogramas donde se ve el resultado final en las películas y las series. Algunas de las más famosas son: Lawrence de Arabia, Indiana Jones y la última cruzada, La joya del Nilo, Gladiator y Juego de Tronos. En la misma sala, había un artesano pintando dibujos “secretos” al estilo bereber. Para ello usaba tintura de azafrán, té negro con mucho azúcar y tinta de índigo. Los dos primeros al “pintar” quedan prácticamente invisibles, pero al acercar una llama se “cuecen” y toman color, el azafrán amarillo y el té, marrón, y se vuelven imborrables. La razón por la que la tinta de azafrán se hace visible con el calor no la sé, pero en el caso del té azucarado, se debe a que el azúcar se carameliza. Antaño, los bereberes usaban estas tintas para escribirse mensajes secretos pero ahora los artesanos las usan para hacer cuadritos y venderlos como souvenirs.
Para salir de la kasbah se cruza un puente que construyó la UNESCO, con lo que no hay que volver a cruzar las “zamburguesas”. En ese momento, el guía se dio cuenta de que una chica del grupo se había perdido e íbamos con retraso… el guía nos hizo esperar en el puente mientras envíaba a otro marroquí a buscarla por la kasbah. No obstante, la tiparraca, que se había equivocado de grupo, o eso dijo, estaba tan ricamente tomando algo en un bar cercano al parking de autobuses. Cuando nuestro guía la encontró la bronca fue de aúpa.
A causa de la demora que nos causó esta persona, el tiempo de comer se vio reducido y no pudimos comparar. No tuvimos más remedio que comer en el local donde nos dejó el guía. Menudo sablazo (para ser Marruecos, claro). Amaya y yo compartimos un menú que costaba 100 dirhams (9,2€) y tenía sopa de verduras, tres pinchos de pollo, un poco de arroz y de postre, dos naranjas y un plátano.
Mientras comíamos vino el guía a pedirnos el precio de la entrada a la kasbah, 20 dirhams por persona, y como no, la propina. En total, 50 dirhams entre Amaya y yo. Es cierto que nada más llegar, el guía nos había explicado que la UNESCO cobraba ese precio desde que terminó la construcción del puente, pero no pude comprobar si eso es cierto (en la guía de 2014 no ponía nada y en el puente no vi ningún cartel) o si se lo embolsan cuatro listos.
La siguiente parada era el Valle del Draa, pero os lo contaré en la próxima entrada.