Suva 2 de 2: el Museo de Fiji

museofiji

Como dije en la primera entrada sobre Suva, lo mejor de los jardines Thurston es el Museo de Fiji, aunque sea pequeño. Y como también avisé, empezaremos con las impresiones de la pluma invitada:

El museo de Fiji es realmente interesante. En la primera sala, un gran barco/canoa de pesca ocupa todo el centro. En el lado izquierdo hay unas vitrinas con otros aparejos de pesca del pueblo fijiano. A la derecha del barco unos paneles explican los primeros contactos de los aborígenes con los europeos: escasos y difíciles, pues lo más normal era acabar cocinado en la marmita de un fijiano. Muchas de las relaciones fueron puramente comerciales con marineros mestizos náufragos de los barcos occidentales. Pero lo más interesante y aterrador del museo está después de esos paneles, en la vitrina dedicada al canibalismo. Numerosas explicaciones, a cada cual más escalofriante, nos relatan los ritos del canibalismo y su significado. La vitrina se completa con restos de huesos humanos usados en los “festines”, caparazones de tortugas donde se servía la carne o el tenedor con el que los esclavos alimentaban al jefe del poblado con la carne humana. Los manjares humanos solían ser prisioneros de guerra (con independencia de su edad o sexo) y en la época de contacto con los occidentales, también capturaban y devoraban a los náufragos. Lo cierto es que era un pueblo muy belicoso y sangriento, lleno de luchas entre poblados y con numerosos ritos macabros y sexuales, algunos de ellos de componentes necrófilos. Vamos, una joya que haría las delicias de cualquier antropólogo. Pasada la vitrina del canibalismo, hay una reproducción a escala del barco del centro de la sala.

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A las siguientes salas se llega atravesando la tienda de recuerdos donde “si rompes algo, lo pagas”. En esta hay explicaciones sobre el origen del pueblo “lapita” de donde proceden casi todos los habitantes de esta zona (y de lo que hay vestigios solo por su cerámica). En esta sala hay armas y otros objetos de los aborígenes. La siguiente sala estaba dedicada a la historia del misionerismo en Fiji con fotos y algunos recortes de periódico. En otra sala, aún de la planta baja, se explica la historia colonial de Fiji y como, finalmente, aceptaron a finales del s. XIX formar parte de la corona británica. Hay también armas más modernas, fotos de plantaciones de azúcar, objetos de los colonizadores y representaciones de personajes famosos de Fiji de la época.

La segunda planta es menos interesante. En la primera sala hay unos vestidos hechos de  corteza de un árbol, técnica que aún se sigue utilizando aunque en zonas limitadas del país. Hay un pasillo intermedio de objetos más modernos y desde allí se llega a una sala que es paralela a la primera de los vestidos de corteza. En esta sala hay una serie de pinturas a la venta. Desde esa sala se accede por una puerta de cristal a la sala de plantas (se incluyen los corales de los que hay maquetas) y animales disecados entre los que me han llamado la atención dos escarabajos del tamaño de una rata, y un murciélago con las fauces abiertas. Esta era la última sala del museo.

Irukina, 15 de agosto de 2015

Llegados a este punto, queda poco que añadir sobre el museo. En primer lugar, como no teníamos dólares fijianos en ese momento, pagamos con unos dólares americanos que nos habían sobrado del viaje a China y Laos de 2014. La entrada cuesta 7 FJD (2,91€).

Bote principal, un outrigger real.

Bote principal, un outrigger real.

En segundo lugar, en la planta baja había una embarcación más, una construcción de bambú del tipo llamado “barca sin retorno”. Estas barcazas las hacían los agricultores del centro de la isla, río arriba, para bajar por el río hasta Suva. Una vez allí, vendían su cargamento y como las barcas no tenían ningún modo de propulsión para remontar el río, las dejaban allí y volvían a pie. El final de las barcas no estaba explicado, o yo no lo vi, y mis teorías son que o bien las vendían también por el valor del bambú con el que estaba hechas o bien quedaban abandonadas y terminaban en el mar.

Barca sin retorno

Barca sin retorno

En tercer lugar, en la sala donde se cuenta la historia colonial también había vitrinas en las que se contaba la llegada de los chinos a Fiji como jornaleros temporales y como, debido a las diferentes guerras que asolaron China, muchos no quisieron volver. Cabe destacar una foto de un jornalero ya mayor con su esposa fijiana y toda su extensa prole de mestizos.

Finalmente, en el piso superior había una sala dedicada a los hindús de Fiji, que ahora forman el 38% de la población, los llamados indoo-fijians. La historia de su llegada es bastante similar a la de los chinos, con la diferencia de que los indios que aceptaban el traslado a Fiji como semi-esclavos (estaban obligados a trabajar gratis hasta que cubrían todos los gastos de su transporte a la isla), no volvían porque tenían más posibilidades de mejorar en Fiji que si regresaban a la India y a su casta correspondiente (que solía ser de las más bajas). De hecho, cuando se “corrió” la voz, hubo indios que pagaban el transporte hasta Fiji de antemano para que les llevaran a trabajar.

Al salir del museo fuimos andando, siguiendo el paseo, por Ratu Cakobau Rd., Denison Rd., Pender St., McGregor Rd. y Gordon St., unas calles poco interesantes pero que nos sirvieron para ver un poco mejor cómo es la ciudad más grande de Fiji. Todo este camino, no muy largo en realidad, fue para llegar a la Catedral Católica y ver, de paso, la iglesia de St. Andrew. La iglesia de St. Andrew es pequeña pero nos hizo gracia por sus toques azules. La Catedral por su parte es bonita pero, lo que la hace interesante es verla en el contexto en el que está ubicada.

Bajando después por Goodenough St. llegamos a un food court en el que comimos dos raciones de arroz con pollo y judias negras al estilo chino. 10 FJD en total (4,16€). Después de comer solo nos quedaba terminar el paseo yendo a ver el edificio Garrick en Renwick St. Justo al lado, en el centro comercial MHCC tomamos dos tes “marik” malayos que estaban riquísimos y nos recordaron a los tes de Myanmar.

En el supermercado de la planta baja compramos unos panecillos y un poco de jamón cocido para la cena de subsistencia que pensábamos hacer en el hotel y no tener así que salir ya que la señora de recepción nos había dicho que la zona del hotel, cercana al puerto, no era segura de noche y no nos apetecía salir. Compramos también unas galletas y la cuenta subió a 6,20 FJD (2,58€).

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Terminamos el día haciendo la reserva del hotel de Luganville usando el wifi del Suva Private, lo que dio pie a una última anécdota. Resulta que el día anterior en el horrible hotel de Sigatoka se suponía que había wifi, y aunque encontramos una red cerrada llamada “Deep Sea”, el nombre del hotel, nadie supo darnos la contraseña. Yo probé de todo, desde la típica 12345, hasta la también habitual guest, pasando por combinaciones del nombre con números y otras cosas que son habituales en las contraseñas de los hoteles, sin ningún éxito. Por eso, y como necesitábamos Internet para reservar algo en Luganville, pagué los 5 FJD (2,08€) que te cobran en el Suva Private para poderte conectar al wifi. La sorpresa fue cuando me apuntaron la contraseña en el recibo: ¡12345!

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