El tiempo no era bueno, el mar estaba un poco movido pero había un grupo de submarinistas listos para entrar. Sabíamos que no sería ni tan sencillo ni tan bonito como con un mar en calma y un sol radiante, pero era la única oportunidad para nosotros, así que nos echamos al mar. Yo no lo vi del mismo modo, pero la pluma invitada de Irukina nos lo cuenta así:
Yo era la primera vez que me ponía aletas y caminar con ellas no es fácil. A esto hay que sumarle que la entrada de la playa es muy rocosa y que el mar, sin llegar a ser peligroso (creo), tenía olas medianas y corriente en diagonal que te arrastraba (una vez adentro) hasta un pequeño cabo lleno de rocas y restos. Pero bueno, entrar no ha sido tan difícil como salir.
Una vez logrado (tras varios culetazos y caídas) lo difícil ha sido colocarme bien las gafas y el tubo. A las primeras les entraba agua y me daba sensación de ahogo, y además hacía que la visibilidad no fuera tan buena. En cualquier caso, en ese punto no se veía nada, solo el agua y aún de color marrón.
Nos hemos dirigido hacia el cabo de rocas pensando que allí cerca estaba lo interesante, como restos de barcos y artillería, y ahí ha empezado la pesadilla. Las olas justo rompían sobre ese montículo rocoso, no con muchísima fuerza pero la suficiente para golpearte con la rocas y, en un momento dado de mala suerte, que un golpe te deje atontado y no poder salir, ahogándote de este modo. Sinceramente me ha parecido peligroso porque a esa fuerza de las olas que me echaba sobre las rocas, se ha juntado que las aletas me obstaculizaban muchísimo y me hacían más de peso muerto que de ayuda. Cada vez que intentaba salir, me enganchaba con las aletas o una ola me volvía a tirar. Además el agua me entraba por todos lados y las gafas me hacían daño por lo que no sabía si quitármelas. Cuando me las he podido subir, las olas me volvían a golpear con las rocas y me hacía daño.
En resumen, me encontraba muy agobiada y poco ágil con las aletas para salir. Sólo notaba agua entrándome por todos lados y golpes contra las rocas. Y es que diga lo que diga Amadeu, hemos subestimado el riesgo y es así como pasan los accidentes, de la manera más tonta y pensando que no hay peligro. Afortunadamente he podido salir hacia la zona más abierta aunque con algunas rozaduras. Nadar hasta la orilla ya ha sido fácil pero salir otra vez un infierno porque las olas me tiraban cada vez que intentaba caminar con las aletas. Una vez caída (y golpeada) el peso de las aletas no me dejaba levantarme. Pero, ¡he salido! Una vez fuera, sólo tenía ganas de llorar.
Irukina, 17 de agosto de 2015
Pobrecita. La verdad es que en mi opinión no fue para tanto, pero es cierto que yo soy más grande y pesado que ella y tengo mucha más experiencia. No obstante, hay que reconocer que el cabotaje tan cerca del saliente no fue buena idea. Lo habíamos intentado así porque Jeremías nos había dicho que no fuéramos muy adentro porque podía haber corriente.
Voy a contarlo cómo lo viví yo. Cuando recogí a Amaya en ese cabo de rocas que ha narrado, lo importante fue no perder la calma, porque la situación no era nada complicada, las olas no pasaban de varios centímetros, y lo único peligroso de verdad es que Amaya estaba a punto de entrar en pánico. Estuve un rato allí parado calmándola y tomándola de la mano. Cuando se tranquilizó un poco, me impulsé mar adentro y la arrastré conmigo. En cuanto ella ya no tocó roca con los pies y sintió que podía nadar se le fueron todos los males. Así llegamos a la orilla. Eso sí, una vez en la arena le vino el bajón, y estuvimos a punto de abandonar. Fui a hablar con Jeremías para preguntarle si justo enfrente de la playa había algo interesante para ver, y me dijo que había un barco hundido a unos 15-20 metros de la orilla.
En el segundo intento llegó el éxito. Amaya de todos modos no quiso ponerse las aletas porque con el oleaje no se apañaba (tampoco sabía sumergirse con el tubo y se lo sacaba cuando quería bajar como se ve en la foto de la sirena). Se puso, eso sí, las sandalias para protegerse de posibles cortes o raspaduras. Entrar por segunda vez al mar fue muy fácil porque ya sabíamos donde estaba la parte arenosa. Sin mucho esfuerzo dimos con el pecio, diría que era un crucero ligero, y empezó lo bueno. Peces de varios tamaños y colores, corales pegados al casco del buque, y en general, el barco convertido en arrecife. Coincidimos además con los submarinistas que estaban de vuelta.
Siguiendo la eslora del barco hacia la derecha, llegué a la popa del mismo, y por casualidad seguí un poco más encontrando un camión, un tanque… ¡era el Million Dollar Point! Saqué la cabeza del agua y comprobé que yendo a más distancia de la arena, habíamos llegado a sobrepasar el cabo sin apenas darnos cuenta y que esa era la ruta que deberíamos haber seguido desde el principio: adentrarse para que las olas no nos tocaran las narices.
Estuvimos unos 90 minutos en remojo y en ningún momento pasamos frío, pero al salir el viento molestaba un poco. Después del snorkelling, Jeremías nos llevó al resto del tour de medio día.