El templo confuciano de Jiànshuǐ y otras cosas

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La segunda mañana en Jiànshuǐ la dedicamos a visitar el templo confuciano de la ciudad, que de las tres atracciones principales quizá es la menos interesante, a no ser que tengáis la suerte de encontraros una ceremonia como nos pasó a nosotros. Al templo fuimos bastante pronto porque ese mediodía teníamos que regresar a Kūnmíng para tomar el tren a Dàlǐ.

De todos modos, antes de ir al templo recorrimos Lin’an Lu hacia el Oeste hasta salir de la ciudad vieja para ver las murallas de la ciudad. Se supone que también teníamos que ver unos pozos cerca de la puerta, pero no los encontramos. A pesar de todo, la visita fue muy interesante porque pudimos ver a la gente en sus quehaceres matutinos. 

Desandando el camino llegamos al templo confuciano, que tiene dos puertas consecutivas, motivo por el cual, tienes que enseñar la entrada dos veces. Cuando cruzas la primera puerta, si entras por el Sur, te encuentras un gigantesco estanque de lotos con un puente precioso que lleva a una isleta central. En esa isleta encontramos a un señor tocando un violín chino. De allí fuimos hacia la entrada siguiente, para la cual tuvimos que cruzar una arcada y un jardín bastante normales. Finalmente, llegamos al complejo principal en el que vimos a un equipo de grabación de televisión que parecía estar haciendo un documental.

Mientras recorríamos los jardines y pabellones, con su típica distribución lineal, escuchamos voces que llegaban del fondo y fuimos intrigados hacia allí a ver qué pasaba. La sorpresa fue encontrarnos con una ceremonia confuciana dedicada a la piedad filial, uno de los pilares de este pensamiento oriental. Bajo la dirección de un jefe de ceremonias con micrófono inalámbrico, un grupo de padres e hijos vestidos para la ocasión con trajes tradicionales, se dedicaban por turno palabras de amor y cariño, y terminaban con el agradecimiento de los niños al padre o madre, y el abrazo del progenitor. Todo muy emotivo.

Al terminar la ceremonia seguimos recorriendo el templo y me detuve un rato en una mesa bajo una cubierta a escribir un poco de diario. Al salir del templo, lo hicimos por la puerta Este y enseguida fuimos a buscar de nuevo la calle Lin’an. En nuestro último paseo por la calle principal de la ciudad vieja de Jiànshuǐ, pasamos por el hall de exámenes imperiales, en vigor en China hasta el advenimiento de la república, y allí un monje taoísta me volvió a soltar un rollo del que no entendí ni jota.

Cuando salimos, ya era tarde para ver a los dependientes y trabajadores haciendo su acostumbrada gimnasia matutina enfrente de los lugares de trabajo, pero lo que si vimos, como siempre, fue a muchos hombres jugando al ajedrez o las cartas. ¿Es que no trabajan nunca?

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Para el último ágape en Jiànshuǐ, queríamos ir a comer qìguō, un estofado típico de la ciudad, pero no lo encontramos en ningún sitio así que nos fuimos hacia la estación. Primero, sin embargo, pasamos por el supermercado, que seguía igual que siempre, con su arroz a granel, sus cajas de regalos (como por ejemplo una caja con 8 cajitas metálicas que contenían una magdalena cada una), sus productos chinos, inclasificables para nosotros, y los productos occidentales con sus etiquetas en caracteres chinos. Al salir, encontramos por fin a los quirománticos en acción. Habíamos visto los carteles con las palmas de la mano pintadas y tal, pero no los habíamos visto aún.

Desde la puerta Este, la calle que sigue a Lin’an hacia la estación de autobuses está llena de talleres, sastrerías, cesterías y otras tiendas por el estilo. Un tipo de las que más abunda son las tiendas de calderas, y en una de ellas vi a un hombre a punto para soldar. Él iba perfectamente pertrechado, con guantes y máscara de soldador, pero al lado tenía a una niña de 2 o 3 años jugando con la escoria y los restos de chapa que había por el suelo. ¡Increíble!

Al cabo del rato, cuando terminábamos el trozo de calle de las tiendas, empezó a llover un poco, y en cuanto arreció, nos refugiamos en un pequeño restaurante para comer cerdo salteado con “hierba de colmillo de elefante” y pimientos, y arroz blanco para Amaya que estaba un poco pocha del estómago.

Y bueno, hasta aquí Jiànshuǐ. En la próxima entrada os contaré nuestro viaje hasta Dàlǐ.

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