De Jiànshuǐ a Dàlǐ

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“Suerte que nos gusta movernos con tiempo porque el trayecto de Jiànshuǐ a Kūnmíng ha tenido suspense. Pero vamos por partes”

Diario de viaje, 21:48, 16 de agosto de 2014
Cloudland Youth Hostel

A la estación de autobuses llegamos a las 14:15, para tomar el autobús a las 15:05. Allí lo único reseñable es que tuvimos la mala suerte de tener que pisar los infectos baños de la estación. Consisten en una zanja de un palmo de ancho con medio muro de separación sin puerta que sirve para separar 4 “baños”. Pones un pie a cada lado y suerte. Ah, y no hay agua… A pesar de todo, al salir nos quedamos un rato observando el increíble tráfico de personas que había. Por cierto, son de pago para las personas normales, medio yuan, y gratis para los pasajeros que muestren su billete de autobús.

Sobre las 14:35 decidimos pasar a la sala de espera de pasajeros y pasamos las mochilas por el preceptivo control de rayos X, lo que sacó de su charla a los dos empleados de seguridad encargados de vigilar las pantallas. A falta de un cuarto para las tres fuimos al autocar, e hicimos bien, porque como es habitual, los chinos no respetan los asientos asignados y ya había un listo que había dejado sus cosas en nuestro lugar. De hecho, la cosa es tan normal que al llegar los pasajeros de los asientos de al lado, sus asientos estaban ocupados por unas mozas y empezó un efecto dominó que sacudió a casi todo el mundo.

Nada más salir de la estación en el autobús, vimos a una mochilera corriendo por la calle que quería subir. El conductor la vio por el retrovisor, paró y abrió la puerta. Una pasajera más. Entonces, para qué sirven los controles de rayos X y de seguridad si puedes subir sin billete ni nada en cualquier punto del recorrido. Esta chica pagó el trayecto al conductor cuando bajó en Kūnmíng.

Bueno, parecía que por fin salíamos, pero no. Al llegar al peaje de la salida de la ciudad, hemos tenido que esperar a otro pasajero. La cosa fue curiosa porque el conductor recibió una llamada mientras estábamos en la cola del peaje y se apartó a un lado para esperar al pimpollo que primero pensamos que iba a ser el copiloto. No obstante, no hizo nada en todo el trayecto y sospechamos que quizá sería un “hijo de”.

La autopista cortada y el desvío forzado

La autopista cortada y el desvío forzado

El rato de espera sin embargo, resultó providencial. Al poco de entrar en la autopista quedamos atrapados en un espectacular atasco. La autopista estaba cortada por un accidente y la policía obligaba a todos los vehículos, menos los camiones, a salir por una salida. A los camiones los dejaban pasar y les obligaban a aparcar a la espera de que abriera la autopista de nuevo.

Calculo que estuvimos unos cincuenta minutos prácticamente parados, la salida era de carril único y la autopista de tres. Cuando ya nos tocaba salir a nosotros, el conductor se bajó para hablar con la policía y… nos obligaron a abandonar la salida y a aparcar como a los camiones. O eso creímos en ese momento, en el que queríamos matar al conductor por no salir sin preguntar. Pero no, resulta que acababan de abrir la autopista de nuevo y fuimos los primeros en retomar la marcha. Si hubiéramos salido, quién sabe que habría pasado.

Las brigadas de limpieza se retiran después de reabrir la autopista

Las brigadas de limpieza se retiran después de reabrir la autopista

De allí llegamos sin problemas a Tonghai donde la autopista llegaba a su fin. No me lo podía creer. La autopista no llega hasta la capital de la región. Así, empezamos a cruzar la ciudad por el mismo centro de la misma, lo que nos permitió ver el repertorio completo de la conducción china: adelantamientos por los dos lados, uso nulo de los intermitentes, cambio de sentido en cualquier sitio, etc. Y todo esto con puestos de comida en los márgenes.

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Amaya “Rapunzel”

Después de cruzar Tonghai paramos en una pequeña área de descanso, y a pesar de que el conductor nos dio diez minutos para ir al baño, le salió un callo de tocar el claxón, mientras la gente a su bola iba subiendo cuando le parecía bien. Por otro lado, como el puesto estaba en el lado izquierdo, a la hora de retomar la marcha tuvimos que cruzar un par de carriles en dirección contraria. Para colmo, al poco volvimos a detenernos, esta vez a la derecha, para que el conductor, seguramente musulmán, bajara a recoger unas fiambreras de un restaurante halal.

La carretera sin carriles

La carretera sin carriles

Luego tuvimos que seguir por una carretera nacional hasta Yuxi para empalmar con la autopista del suroeste. Esa sí llega hasta Kūnmíng. La carretera en cuestión tendría sus buenos cuatro carriles, ¡si estuvieran pintados! Por eso nuestro conductor, que tenía una gran querencia por la izquierda, casi siempre parecía que iba en contradirección. Y en los pocos tramos con líneas pintadas tampoco cambiaba nada, ya que si no le gustaba el firme de los carriles en nuestro sentido, iba por los otros y tan contento. La doble continua no era ningún obstáculo para él. Eso sí, como su objetivo era evitar los baches, en alguna ocasión tuve que reconocer que llevaba razón, ya que vimos agujeros del tamaño de jacuzzis.

Ahora bien, para todos los que estéis escandalizados por la conducción china y las condiciones de circulación, hay que decir también en honor a la verdad, que todo lo que os he contado pasó sin superar nunca los, más o menos, 60 kilómetros por hora, ya que si por algo destaca también la circulación en China es que, hasta donde nosotros vimos, la gente va despacio. Dicho esto, sigo.

Carteles de 0, 50 y 100 metros para ayudar a calcular los 200 metros de la distancia de seguridad

Carteles de 0, 50 y 100 metros para ayudar a calcular los 200 metros de la distancia de seguridad

Por fin llegamos sin más sobresaltos a Yuxi excepto un rebaño de cabras que se nos cruzó. Allí tomamos la autopista y a als 19:40 estábmos en la estación Sur de Kūnmíng y a las 20:40 más o menos llegamos al hostal para cenar y recoger nuestras mochilas. Allí escribimos también las postales que habíamos comprado en Yuanyang.

Para ir a la estación de tren tuvimos que tomar un taxi porque el último autobús pasaba a las 21:00. La entrada a la estación fue tranquila si bien hay que pasar control de rayos X y de pasaporte. Una vez en la sala de espera nos equivocamos de lado, y una trabajadora tuvo a bien avisarnos con su megáfono. Lástima que estuviera solo a medio metro de nosotros y nos dejara sordos.

Nuestras literas eran las bajas

Nuestras literas eran las bajas

Por fin llegamos al tren, a nuestro “camarote” y a nuestras camas. Y sin conflicto por la plaza asignada. Nos habían tocado las camas inferiores, que en mi opinión son las mejores, ya que puedes sentarte y tienes mesa. En cuanto terminé de escribir el diario, me acosté y dormí del tirón hasta que el revisor me despertó en Dàlǐ.

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