Rumbo a Vientiane

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Todo lo que el día anterior tuvo de día tonto, el día de nuestro viaje a Vientiane fue bien. A pesar de todo, al hacer el check-out del hotel, el señor nos asustó un poco porque nos dijo que en Kunming no se podían llamar taxis y puso cara rara cuando le dijimos la hora a la que salía el avión. Sin embargo, fue él el que me informó de que podíamos coger un autobús delante del hotel Kūnmíng, que estaba lado, justo el mismo en el que nos habían dicho que no sabían nada el día antes. Con los ponchos puestos porque llovía bastante, salimos de allí sin tener muy claro qué autobús o tipo de autobús podía ser.

Por la calle del hotel había dos personas con maletas que iban en la misma dirección que nosotros y decidimos seguirlos. Nada más llegar delante del hotel Kūnmíng, apareció un limousine bus espléndido, y ¡justo a tiempo! Su precio era de 25 yuanes por persona, y tardó unos 40 minutos o menos en llegar directamente al aeropuerto. Mucho mejor de lo que esperábamos y mucho más barato que un taxi, que de todos modos, no está claro que hubiéramos podido encontrar.

El vuelo entre Kūnmíng y Vientiane no era directo, y tuvimos que hacer escala en Nanníng. Allí fue donde pasamos los tramites de salida de China, ya que de Kūnmíng a Nanníng había sido un vuelo doméstico. Los trámites de aduana fueron bien, aunque como en la foto del pasaporte estaba 10 años más joven, con pelo y sin barba, a los chinos les costaba reconocerme. Por suerte eran muy simpáticos, e incluso uno bromeó sobre el desplazamiento de mi pelo de arriba a abajo.

En el vuelo entre Nanníng y Vientiane, nos trajeron la comida sin cubiertos así que tuvieron que llevarse las cajas de vuelta. Pero antes yo me quedé el pan. En el vuelo anterior nos habían dado un sandwich muy raro, con un pan demasiado dulce, lechuga y jamón, y este parecía más apetecible. Cuando volvieron con la comida, el menú era arroz blanco con albondiguillas de cerdo y varios envases al vacío de encurtidos. No estaba del todo mal.

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Una vez llegamos a Vientiane los trámites para conseguir el visado de turista, fueron sencillos, ya que teníamos todas las cosas preparadas de antemano, eso es, solicitud de entrada al país y formulario de inmigración (que rellenamos en el avión), pasaporte y una fotografía (las llevábamos en fondo blanco y azul, y de varios de los tamaño “carnet” que hacen en Japón). Solo nos faltaba saber cuál era el importe exacto para los turistas de nacionalidad española. Eso tampoco fue difícil, pues en el mismo mostrador donde se entregan los documentos hay un cartel grande en el que salen los principales países y el importe correspondiente. España es uno de los de precio medio-alto (35$), pero me sorprendió que el más caro de todos fuera el visado para los canadienses (42$). Por su parte, con 20$ solamente, China es uno de los más baratos.

Una vez resuelto el trámite, salimos a la sala de llegadas del aeropuerto de la ciudad, y allí contratamos un taxi que se paga directamente en el mismo aeropuerto. De ese modo, no se producen tantos abusos. Un taxi directo hasta el centro de la ciudad son siete dólares.

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El taxi nos llevó hasta el mismo centro, cerca de la fuente Nam Phou y lo primero que hicimos fue buscar una agencia de viajes porque esa misma noche queríamos ir hacia Luang Prabang. Nos metimos en la primera que encontramos, luego descubrimos que no era precisamente la más barata, y enseguida tuvimos los billetes de autobús nocturno. Por otro lado, nos guardaron el equipaje todo el día mientras nosotros paseábamos por la ciudad, cosa que os contaré en la próxima entrada.

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