Como conté en la entrada anterior, después de visitar Fez extramuros volvimos a la medina, y después de comer un poco, nos dirigimos al café Sáhara. Allí, tomamos un té a la menta y estuvimos hablando con una chica marroquí y un holandés. Escuchamos algunas barbaridades sobre la lengua (por ejemplo, que el marroquí no tiene gramática), y otras sobre historia (p.e.: las Islas Canarias pertenecen al reino de Marruecos desde tiempos inmemoriales) salpicadas de algunos datos curiosos y verosímiles.
Al salir del café, volvimos a perdernos por la medina de Fez, intentando pasar por lugares diferentes a los del día anterior, pero al fin y al cabo, las calles importantes y bonitas son las que son, con lo que a menudo pasamos por rincones ya vistos.
Finalmente, volvimos al hotel con la idea de viajar a Rabat esa misma tarde. No obstante, al final no fuimos a Rabat esa tarde porque no queríamos llegar de noche sin tener hotel reservado. El dueño del Maison, Tarik, llamó a varios y no hubo forma. El único que parecía que tenía habitación libre para esa noche, era 50 dirhams más caro que el Maison Adam y preferimos que el dinero fuera para Tarik, que nos estaba tratando muy bien. Además, al día siguiente podíamos ir a Rabat con un tren que salía a las 7:40 AM, para llegar a las 10:10, con hotel reservado y todo el día por delante.
Después de hacer un poco de tiempo en el hotel hasta que dejó de llover, fuimos a cenar a la medina. Cenamos muy bien al pie de la puerta Boujloud, a la que fuimos por el camino más corto que ya teníamos más que aprendido. Lo que nos sorprendió, era que el camino tenía mucha pendiente, cosa que durante nuestros paseos turísticos a trote cochinero, y salpicados de paradas sin número, no habíamos advertido. Increíble, pero cierto, a pesar de que la subida que hacía era sostenida y en algunos tramos bastante pronunciada.
Después de ver dos o tres menús en restaurantes diferentes, nos decidimos por el único que propuso bajar de los 70 dirhams por persona a 60. El contenido era igual en todos los casos: sopa o ensalada, un plato principal a elegir entre couscous o parrillada, y postre. Una vez sentado, mire la carta por curiosidad y me di cuenta de que pidiendo lo mismo del menú pero a la carta, costaba exactamente lo mismo, 60 dirhams. Fijaos pues, que con el precio inicial, era más caro comer tomando el menú que pidiendo cada cosa individualmente. Llamé al camarero y me interesé por este hecho, haciéndole ver que si pedía a la carta me salía por el mismo precio del menú y le pedí algo de valor añadido. En vez de incluir dos bebidas, como yo le proponía, nos dejó el menú en 50 dirhams.
Pedimos sopa de primero, porque estábamos algo destemplados de la humedad de todo el día. De plato principal, couscous de pollo y brochetas de carne picada, uno de cada para compartir, y de postre, dulces marroquíes: una cresta de almendras y una galleta de anís. El té con menta, fue cortesía de la casa.
El couscous de pollo estaba buenísimo, con verduras y pasas. Además, el chico que nos atendió era muy simpático y le enseñamos cuatro palabras para que pudiera hacer negocios con los japoneses.
Después de la cena, que tomó su tiempo porque todo te lo hacen al momento hasta el punto de que los dulces marroquíes los tuvieron que ir a comprar cuando los pedimos, volvimos al Hotel, recogía la medina que estaba prácticamente cerrada. De hecho, y como nos había advertido un señor, algunas de las calles principales estaban cerradas con puertas de madera. Aún así, no aceptamos que un tipo nos guiara y se enfado con nosotros llamándonos “paranoios”. Luego encontramos a un chavalín que nos reconoció de esa misma tarde, cuando me había ofrecido “porrito bueno” y cuando le dijimos que no teníamos dinero, no insistió nada para acompañarnos hasta la salida de la Medina y nos dio las instrucciones correctas para que pudiéramos hacerlo por nuestra cuenta.
Cuando llegamos al hotel, esperamos al dueño para pagar y poder acostarnos. Además, teníamos que saber si había podido reservarnos habitación en Rabat.
Cuando llegó, nos comentó que había llegado a un compromiso con el hotel. En ese momento no podían garantizar que hubiera habitación el día siguiente, pero si se vaciaba alguna sería para nosotros. Si no, la chica del hotel nos llevaría a otro.
Lo que paso al final, os lo contaré en la próxima entrada.