Vuelta a los ochenta

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Las últimas horas en Rabat las aprovechamos para ir a cenar a la playa. El taxi nos había dejado en Bab Chellah y desde allí tomamos un petit taxi hasta la puerta principal de la Kasbah, por 15 dirhams (1,39€) y  bajamos andando hasta la playa y el espigón.

Por el espigón fuimos paseando como los lugareños hasta casi el extremo, haciendo fotos como otras parejitas románticas que vimos. Allí disfrutamos de la puesta de sol sobre el océano Atlántico.

02c Rabat 155 Platja i mar 20

Por mi parte, Amaya estaba haciendo las fotos, fui solo hasta el extremo. Allí había una pareja haciéndose selfies y para no ser el último que llega y te tapa las vistas, cosa que odio cuando me pasa a mí, quise ir una piedra más allá. No me di cuenta de que esa pareja había ido precisamente hasta el último bloque de hormigón seco. En cuanto metí el pie en el siguiente resbalé con las algas y la humedad, mucho peor que andar sobre hielo. Y menos mal que fui rápido de reflejos y me senté velozmente para no deslizarme como un patinador, porque las piedras artificiales con las que está construido el espigón tienen un hueco central que, al estar puestas en vertical, hubiera representado la caída a un agujero angosto de varios metros de profundidad… ¡pa’bernos matao!

Un chico se ofreció enseguida para ayudarme mientras Amaya me gritaba preocupada, pero yo no pude oírla hasta que no estuve en pie. Justo en ese momento a un par de chicas les pasó lo mismo que a mí, pero en la parte interior de la construcción, algo así como una pasarela que había.

Cuando el sol ya terminó de ponerse nos dirigimos al restaurante Borj Eddar. Parece un antiguo castillo y tiene vistas al mar, pero la carta y el ambiente no nos gustaron nada. Por eso, nos fuimos al otro restaurante de la zona, el “La Plage”.

“La Plage” tiene un aire más marinero aunque su decoración también está un poco pasada de moda. Es como hacer un viaje en el tiempo a la España de los años 80, la de Felipe y el cóctel de gambas dentro de media piña. Examinamos la carta con cuidado porque para ser Marruecos los precios eran bastante altos. Al final nos decidimos por la parte de “mercado de pescado”. Justo a la entrada del restaurante hay una pescadería con los productos frescos del día que compras al peso y que te cocinan como tú quieras. Así, puedes engañarte por tu propio ojo.

Pedimos un lenguado estupendo de 450 gramos que quisimos a la plancha y un calamar de medio kilo “en fritura”. De primero, una ensalada “De la Plage”, que francamente era puro delirio ochentero: lechuga, queso, palmito, brotes de soja, gambitas y maiz, todo aderezado con mayonesa. La mirabas y te parecía oír el Chiringuito de  Georgie Dann.

El pescado y el calamar estaban de miedo, fresquísimos y muy sabrosos. El entrante, un paté de aceitunas en salsa de aceite de oliva estaba rico. Para beber, agua, que nos trajeron en botella de plástico. La cena le costó a Amaya, que invitó, 350 dirhams (32,44€).

Volvimos al hotel andando por el camino más corto, o sea, yendo a buscar la avenida Mohammed V sin más. Allí esperábamos tomar un té con pastitas pero en la calle solo había pequeños restaurantes de pizzas y paninis. Al final, en la plaza de Mohammed V con Hassan I conseguimos el té, pero sin pastas. Cuando ya nos íbamos llegó un rasta, que no parecía marroquí, rebañando los culillos de nuestros tes en un vaso de plástico.

Cuando llegamos al hotel fuimos directos a la habitación con la idea de dormir pronto porque el día siguiente madrugábamos para ir a Casablanca, pero fue difícil ya que a pesar de la hora estaban haciendo obras. O eso parecía.

Al final descubrimos que estaban intentando abrir la puerta de una habitación algo más allá, que no sabemos por qué estaba atascada. En la tarea estaban enfrascados un “cerrajero” que parecía sacado de Pepe Gotera y Otilio, un policía, o eso nos dijo, y el recepcionista del turno de noche, que estuvieron dando martillazos hasta pasadas las 23:00, cuando Amaya salió a poner orden. Eso sí, con un mix de idiomas que vaya tela.

Y bueno, hasta aquí nuestras aventuras en Rabat. Próximamente, tócala otra vez Sam.

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