Champagne Beach

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“¡Vaya viaje! No está siendo nuestra mejor experiencia. Hoy hemos visto dos lugares increíbles, pero todo queda empañado porque la cámara se ha jodido. Se enciende y se apaga pero la pantalla se queda negra. He probado el cambio de batería y nada. ¿Será que ha entrado agua?

Por si fuera poco, al llegar a Port Orly estaba lloviendo un poquito y hemos cogido un par de hojas a modo de paraguas como hacen los lugareños, pero no sabíamos que su savia era urticante y ahora nos pican y pinchan mucho las manos.”

Diario de viaje, Playa de Port Orly
18 de agosto de 2015, sobre las 13:00

El día no empezó mal. Jeremías nos vino a buscar puntualmente y nos llevó a comprar el pan. Menos mal que fuimos previsores, luego os contaré por qué. Cruzamos de nuevo Luganville por la calle principal y nos dimos cuenta de que el edificio que estaba al lado del mercado era la municipalidad. La ruta empezó por donde el día anterior habíamos visto el campo de fútbol pero enseguida nos desviamos para tomar la única carretera que hay en el Este de la isla de Santo.

Lo primero que vimos fueron unos campos que los japoneses compraron en leasing cuando Vanuatu se independizó en 1980 a precios de risa, aprovechando que allí entonces nadie tenía dinero. En estos campos crían terneras y cultivan cocoteros. De todos modos, las plantaciones de cocoteros una vez explotados estos, ya no las replantan porque el leasing está a punto de expirar y los beneficios serían para el que viniera detrás (no hay opciones reales de que los vanuatenses renueven el contrato a los japoneses). Jeremías aprovecho está explicación para hablarnos de las exportaciones de Vanuatu, en las que hasta hacía poco tiempo el número uno era el coco (en cualquiera de sus formas, copra, aceite, etc.) y el número dos la ternera. Ahora sin embargo, la principal exportación es la raiz de yaqona, que principalmente envían a Fiji.

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La carretera continuó por en medio de la selva, verde y frondosa, y solo de vez en cuando se veían dos o tres cabañas rústicas a modo de mini poblados. Cabañas mondas y lirondas en las que aparentemente no hay ni luz ni agua. Por el camino nos cruzamos con un grupo de personas que iban vestidos de colores brillantes, con paraguas y hojas “malditas” (estaba lloviendo) y según Jeremías era porque iban de un poblado a otro para asistir a una boda.

Poco antes del desvío de Champagne Beach nos detuvimos para tener una vista panorámica de Lonoch Bay, con la playa y la isla del Elefante que está en frente. Nos encantó. La panorámica se ve nada más llegar a la cima de una pequeña loma y al verla, tanto Amaya como yo dijimos: “¡oooh!” El desvío por su parte era una horrible pista forestal llena de agujeros. Casi al llegar, había una verja abierta, una caseta vacía y una especie de buzón rojo. Jeremías se acercó y puso los 2000 VT por vehículo (16,25€) que cuesta la entrada a la playa en esa caja roja. Para la gente que entra andando, el precio es de 500 VT por persona (4,06€).

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Justo en cuanto llegamos a la playa se puso a llover, pero Jeremías nos dijo que iba a amainar al cabo de poco tiempo y no se equivocó. Eso sí, durante el día no llegó a salir el sol del todo y las lluvias fueron intermitentes. En cuanto clareó un poco hicimos varias fotos de la playa, que fueron las últimas del viaje con la cámara. La playa es realmente impresionante ya que parece el paradigma de playa: forma de herradura, arena blanca, mar turquesa y cristalino, palmeras y verde por todas partes, y una bonita isla enfrente. Y también, muy bien integrados, unos cuantos chamizo de madera y paja.

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Una vez vista la playa, fuimos a por el equipo de snorkel y nos dimos un chapuzón. Fue a mitad del baño que se escacharró la cámara. En ese momento la llevaba Amaya y creyó que era la batería, que se habría agotado. Salí del agua y fui al coche a por una nueva, pero cuando la cambié, me di cuenta de que no iba. Bastante contrariados intentamos varias cosas pero ninguna funcionó. Resignados, dejamos la cámara en el coche y regresamos al agua. El snorkel en esta playa no es nada del otro mundo, y para colmo, al salir, Amaya se hizo daño en un dedo del pie. No sabemos si fue un golpe o si se le había clavado algo.

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De bajón subimos al coche para ir a Port Orly. De camino pasamos por delante de la escuela primaria y Jeremías nos enseñó después dónde estaba la escuela secundaria: en el medio de la “nada selvática”. Por lo visto, está tan aislada que los estudiantes duermen allí de lunes a viernes y solo regresan a casa el fin de semana.

Una vez en Port Orly vimos que la playa no estaba mal, aunque Champagne Beach es muchísimo mejor. Eso sí, el mar tenía un color increíble, y cuanto más llovía más turquesa se volvía. Eso nos sorprendió, ya que estamos acostumbrados más al Mediterráneo, que cuando está nublado se ve gris o negro.

Port Orly

Intento de dibujar la playa de Orly (del cuaderno de viaje)

El motivo de ir hasta Port Orly, que es donde termina la carretera del Este, es que aquí hay un restaurante, mientras que en Champagne Beach no hay nada de nada. No obstante, el restaurante es carísimo, y por eso nos hicimos unos sandwiches con el pan que habíamos comprado por la mañana y unas latas de atún que teníamos del día anterior.

Así terminamos la primera parte del noveno día, en la próxima entrada os contaré cómo es el Riri Blue Hole.

P.D.: Me pide Amya que me explaye un poco más con el asunto de las hojas urticantes. Ahí voy:

Resulta que, como he dicho, de camino a la primera playa vimos a los lugareños protegerse de la lluvia con grandes hojas sujetándolas por los robustos tallos. Al llegar a Port Orly, como llovía ligeramente, quise imitarles y arranqué una hoja que encontré ya medio caída. Realmente no me costó mucho, así que mientras tronchaba el tallo, apenas me mojé las manos con su savia. Sin embargo, Amaya, que no quiso ser menos, trató de arrancar una hoja desde cero y como estaba tierna, le costó lo suyo. Así estuvo un buen rato doblándola y retorciéndola y hasta tuve que ayudarla yo con una llave a modo de navaja improvisada. Finalmente lo logramos, pero nos quedaron las manos bien remojadas. Al cabo del rato empezó el escozor, a Amaya mucho más. Extrañado, le pregunté a Jeremías y me comentó que aunque parecidas, las hojas que habíamos cogido nosotros no eran las mismas que usan los vanuatenses. Por suerte, aunque muy molesta, la sustancia no era peligrosa.

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