Nada más salir del desierto volvimos a parar en el café en el que hicimos la intempestiva parada del día anterior que nos jodió el atardecer, lo que confirmaba mi opinión de que era una parada concertada de carácter económico. De allí, cruzamos Zagora, una pequeña ciudad de color rosa, bastante agradable a primera vista, con parques y fuentes.
Seguimos sin muchas novedades hacia Uarzazate, cruzando por el camino pequeños pueblos realmente misérrimos, muy semejantes a pueblos fantasma, ilusión que solo rompía alguna prenda de ropa tendida que se veía ocasionalmente en algún tejado. No sé de qué puede vivir esta gente ya que no sé ve nada parecido a campos, rebaños o fábricas… Por otro lado, los pueblecitos rojos con las casas de adobe y las montañas al fondo parecen esos belenes que se montan en navidad con casas de corcho y montañas de corteza de árbol.
Cuando llegamos a Urzazate nos pararon en una tienda de artesanías bereberes que ni fu ni fa, pero que me hizo reflexionar sobre el expolio de las kasbahs del desierto, pues se proveen de lo que las tribus seminómadas les dejan en depósito. Por otro lado, con el regateo, qué parte de la venta irá a los bereberes y cuál será el grado de honestidad de los mercaderes acerca del precio final de venta no me quedó nada claro.
Después de una minivisita a la tienda, lo mejor de la cual son la indumentaria de los vendedores, ataviados muy pintorescamente de azul, nos llevaron a la puerta del Museo del Cine, que está enfrente de la kasbah Traourirt. Allí el conductor nos dio a elegir entre parar para visitar estos dos lugares o continuar directamente hacia Marrakech. En ese momento, y ante la opinión general de la juventud erasmil de volver ya a Marrakech, di un golpe de estado autobusero y me bajé sin dar pie a votación alguna aunque solo fuera para tomar cuatro panorámicas de la kasbah. Esto indignó a varios niñatos del grupo que pedían “más democracia”. Supongo que la misma por la que llegamos tarde a la puesta de sol el día anterior…
Francamente, la parada en Uarzazate estaba incluida en el itinerario del paquete, la habíamos pagado, y no entiendo por qué no la querían realizar. En fin.
La kasbah Traourirt no la visitamos por dentro pero fuimos a rodearla para verla de abajo a arriba, la mejor perspectiva para ver este tipo de construcción urbanística. La verdad es que es bastante fotogénica, pero ni de lejos como la de Aït Ben Haddou. No obstante, también ha sido usada en algunas películas (El cielo protector, Gladiator). De hecho, en Uarzazate además de la kasbah como escenario natural, hay estudios de cine y como en Aït Ben Haddou no hay hoteles, cuando se ruedan películas ya sea en una kasbah, en la otra o en los estudios, los actores y cineastas se alojan en esta ciudad.
Cuando terminamos el paseo nos tomamos en un bar unos sandwiches, uno de pollo y otro de ternera que compartimos, previendo que la parada de comer sería en un sitio sin alternativas y caro, como así fue. Los sandwiches nos costaron 20 dirhams cada uno (1,86€) y eran muy normalitos. Al menos, el señor de la caja era muy simpático y me cambió un billete de 100 dirhams viejo y arrugado por uno nuevo y limpio para mi colección. Además, toda la conversación la hice en francés, idioma que estudié solo unos pocos meses pero con el que pude defenderme en Marruecos.
Por cierto, el Museo del Cine no nos interesaba mucho porque es la alternativa pobre a visitar los estudios Atlas, a las afueras de la ciudad, y solo ofrece cuatro decorados polvorientos por 30 dirhams (2,79€) que cuesta la entrada (esto es según la guía, claro, nosotros no lo vimos).
Subimos al autocar entre miradas aviesas. Ya quedaba poco de excursión.