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El monte Popa es un peñasco en el que hay un templo en lo alto en el que cohabitan los nats (espíritus de Myanmar) y el budismo. Está a una hora de Bagan más o menos y para ir se puede alquilar un coche con conductor o ir en taxi compartido. Nosotros, gracias a los amables dueños del Bagan Beauty Hotel, pudimos conseguir un chofer para todo el día, nosotros solos, por 35.000 kyats, mientras que unos turistas japoneses con los que hablamos el día anterior habían pagado lo mismo por persona para ir cuatro en un taxi. El día lo terminamos volviendo a Bagan para ver el atardecer desde la Shwe San Daw Paya.
El monte Popa
Antes de partir hacia el monte Popa cambiamos dinero en el banco y hay que decir que en contra de lo que sucede en muchos otros países que he visitado, en Myanmar lo que quieren son billetes grandes, tanto que por cada dolar te pueden llegar a dar 10 kyats más si cambias billetes de 50$ o 100$.
Dicho esto, el camino hacia el monte Popa se hace por una carretera bastante normal hasta el último tramo que es un puerto con mala visibilidad debido a la curvas cerradas y empinadas. A medio camino nuestro conductor se detuvo para que visitáramos una destilería al pie de la carretera.
Detalles de la destilería
En realidad se trataba de un chamizo grande sin paredes en el que estaban destilando el fruto de las palmeras “ye” para hacer una especie de aguardiente, parecida al orujo, fuerte y de poco sabor. Alrededor del sitio, se podían ver los palmerales infinitos fuente de materia prima y también los árboles de “naca”, el cosmético tradicional birmano.
Saliendo de allí nos cruzamos con los niños que iban a la escuela andando por la carretera. En Myanmar el uniforme escolar es unisex y consiste en longy (el pareo tradicional birmano para los hombres), falda o pantalón verde y camisa blanca.
Para llegar al monte, antes se cruza el pueblo llamado Popa y a su salida el conductor se detuvo en un punto desde el que se puede ver el monte esplendoroso entre las copas de los árboles que quedan a cada lado. Lástima que la luz no nos ayudó ese día para poder tomar mejores fotos.
Una vez se llega al monte mismo, solo queda subir por las interminables escaleras hasta la cima y visitar el templo. Como es normal, antes de empezar el ascenso hay que descalzarse. Sin embargo, la cosa no es muy agradable ya que el monte Popa está “habitado” por monos que van dejando sus regalitos sólidos y líquidos por los peldaños, y aunque hay mendigos limpiando las escaleras a cambio de limosnas, no es extraño acabar pisando alguna que otra catalina.
Por otro lado, estos monos también pueden ser algo cleptómanos, como comprobé cuando me quisieron robar una botella de agua durante el descenso, justo después de comentar que dichos monos estaban tan acostumbrados a los humanos que pasaban de todo… Esto me pasa por hablar (y era la segunda vez que hacía el cenizo).
Por su parte, el templo de lo alto del monte Popa es mucho mejor desde la distancia. Una vez arriba, disfrutamos de las vistas panorámicas, aunque estábamos demasiado lejos como para ver las llanuras de Bagan que era lo que yo pensaba, pero el templo es más bien normalito. Tampoco ayuda que los birmanos estén obsesionados en decorar a los Buda con neones y luces de Navidad, pero bueno.
Vistas desde el monte Popa
Finalmente, al pie de las escaleras que conducen al monte Popa, hay una “capilla” con reproducciones de los 37 nats, que se muestran en todo su “horterístico” esplendor.
Como conclusión, la excursión al monte Popa es recomendable para aquellos que viajen a Myanmar con tiempo, pero si no disponéis de él, os la podéis ahorrar. Por otro lado, si vais, es conveniente llevar toallitas húmedas para limpiarse los pies después de bajar.
Detalles del templo en lo alto del monte Popa
El pueblo de Popa
Al bajar del monte y antes del regreso a Bagan comimos en el pueblo de Popa, que en realidad es poco más que unas calles y una plaza. El conductor nos llevó al restaurante de un conocido después de que le “prohibiéramos” que nos llevara a un restaurante para turistas, de esos que a cambio de unas vistas que ya has visto por tu cuenta desde el coche, te dan mierda a precio de oro.
En el pueblo comimos un curry, como no podía ser de otro modo, pero en esa ocasión uno de los acompañamientos era un curry de tomate, nada picante, que estaba realmente delicioso. Total, 2.900 kyats para dos personas.
Luego, una pequeña visita al pueblo en la que ver las paradas de “fruta del dragón” y cuatro cositas más.
Atardecer en Bagan
Al regresar a Bagan el plan era subir a la Shwe San Daw Paya para ver el atardecer sobre las llanuras. Desgraciadamente el día estaba nublado. De hecho el día anterior, que estaba el cielo claro y perfecto para disfrutar de una puesta de sol, todo se fue al garete por culpa de mi pinchazo.
En las llanuras de Bagan hay dos lugares populares para ver la puesta de sol y nosotros elegimos el más concurrido. Se trata de un templo bastante alto y de fácil acceso al que se puede subir prácticamente hasta arriba de todo, eso sí, por unas escaleras muy empinadas no recomendables para gente con vértigo. Respecto a las vistas, el río Ayeyarwadi te queda al oeste y hacia el norte se pueden ver los templo de Ananda y Thatbyinyu.
Vistas desde Shwe San Daw Paya (en el centro). En la galería cada foto ocupa el punto cardinal hacia el que son las vistas.
A pesar de ser un sitio muy turístico y que efectivamente estaba lleno de turistas, no se llega a los extremos de otros lugares como Angkor Vat según me contó Irukina.
Las vendedoras de souvenirs
Mientras esperábamos que se pusiera el sol, reflexioné acerca de las vendedoras de souvenirs y sus diferentes estrategias. El modus operandi general es acercarse a los turistas para darles consejos sobre el lugar que están visitando y pidiendo a cambio simplemente una visita a su puesto.
Por otro lado, en Shwe Zi Gone Paya, utilizan otro método. Cuando llegas al templo y te descalzas, se quedan con tu cara y cuando entras, corren a por tus zapatos y los llevan a su puesto de recuerdos. A la salida y mientras buscas perplejo tu calzado donde creías haberlo dejado, te reconocen y te acompañan a su punto de venta y allí encuentras tus zapatos enfrente de una banqueta, para que te sientes justo delante de su mercancia.
Finalmente, en el monte Popa las vendedoras y vendedores pasaban de todo, y la mayoría estaban tirados en los bancos de piedra que flanquean los primeros tramos de escaleras. Una vendedora incluso nos intentó vender unas sandalias señalándolas con el dedo pero eso sí, sin abandonar su posición decúbita.
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